La violencia que prevalece en la diaria narrativa del Presidente es signo distintivo de la transformación y la confrontación su mayor logro. A los mexicanos los ha dividido en “pueblo” bueno y sabio y en ciudadanos aspiracionistas carentes de escrúpulos morales.
Él afirma que no polariza a la sociedad sino que la politiza. Empero agrede, descalifica, difama y desacredita a sus críticos. A los que no piensan como él ni están de acuerdo con él ni lo apoyan los asume enemigos personales, del gobierno del cambio, de la transformación y del “pueblo”.
Hoy desde el poder el que se dice defensor de la democracia ha dividido a la población en chairos y fifís, en quienes están con él o en su contra, en los que rechazan al viejo régimen y los que lo extrañan, en los que aprueban sus dichos y aceptan sus medias verdades y los que critican, en librepensadores y conservadores, alimentando la confrontación.
Sus agresiones verbales no son exclusivas para las autoridades electorales a las que acusa del fraude electoral de 2006 que no demostró, el poder judicial que afirma está podrido por corrupción, la Suprema Corte que rechaza sus reformas por ilegales, los organismos autónomos que son herencia del neoliberalismo, los empresarios que cuestionan las mega obras, las clases media y alta desligadas del “pueblo” y los partidos de oposición que se aprovecharon de éste y lo olvidaron.
La animadversión del actual presidente alcanza a mujeres que protestan contra la indolencia gubernamental ante los feminicidios y la violencia, a padres de niños con cáncer que denuncian falta de medicamentos, a campesinos que bloquen carreteras y aeropuertos para exigir atención a sus demandas, a ambientalistas que documentan el ecocidio por el Tren Maya, a organizaciones civiles que revelan la corrupción en la 4T, a maestros y padres de familia que rechazan la ideologización de la educación básica, a la comunidad científica que acusa retroceso en tecnología e innovación, a intelectuales, medios de comunicación, columnistas y reporteros nacionales e internacionales que lo cuestionan y critican: El País, Financial Timen, Wall Street Journal, New York Times, The Economist, y hasta a la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos y el Parlamento Europeo.
Al jefe de la transformación no le interesa escuchar ni integrar a quienes piensan diferente a él, a empresarios, expertos e integrantes de la sociedad para conjuntar esfuerzos y diseñar alternativas contra la desigualdad y la violencia, incrementar la inversión productiva, proteger a la población vulnerable, mejorar el medio ambiente, reducir la corrupción y la impunidad, promover la cultura y la ciencia.
Contrario a la unidad y colaboración, el Presidente opta por la división y la confrontación, estrategia de la que se ha valido cinco años para mantener su diaria narrativa y afianzar el apoyo de sus aliados y simpatizantes que son millones entre los que reciben dinero de los programas sociales.
Y así, dividida, llegará la población a la elección presidencial del 2024, pues los que no lo aprueban ni respalda ni lo hacen popular son también millones.
En 2018 más de 31.1 millones votaron por él y ganó, pero arriba de 26 millones no lo eligieron y al resto de los 93.3 millones de electores registrados ese año les dio lo mismo que el presidente fuera cualquiera y se abstuvo.
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