El Papa Francisco inauguró en el Vaticano el sínodo de la familia. Instó a los obispos a mostrarse humildes al abordar el debate sobre retos de la familia y temas relativos, tabú, en estos años de comienzo, todavía podría decirse, del siglo XXI.
Tiempos determinados según evolución, con características distintivas, a partir de los siglos XVIII y XIX, los de la Revolución Industrial que estableció medios, modos, relaciones de producción. Siglo XX, el ocaso de los grandes imperios; fin de formas de colonialismo (hoy padecemos otras); las grandes guerras; las revoluciones sociales; la energía nuclear, Hiroshima y Nagasaki; los viajes al espacio; globalización, globalidad; crecimiento de la población mundial hasta 7 mil millones (Malthus vigente); colapso del socialismo a la manera soviética; el sida; el internet y las redes sociales; la irrupción de China como potencia mundial, y la India también. Siglo XXI, avance acelerado de la ciencia (esto ayer no estaba, mañana ya no estará); de la información y la informática; de las torres gemelas; de cumplimiento pleno de los derechos humanos, los de primera generación y las sucesivas en beneficio de la humanidad (¿será?); de la robótica y la prolongación de la vida; del ébola; de la integración y desintegración de países y regiones; el Cambio Climático iniciado desde la Revolución Industrial.
No es recuento de nombres, de hechos. Póngasele a cada siglo marcas que correspondan. Ubiquémonos en cuanto alcanzamos a ver. En mi caso, quienes nacimos en la primera mitad de los novecientos, entre aquello valores que suponíamos inamovibles. Si acaso con potencial de cambio en línea que imaginábamos, deseábamos, de desarrollo humano.
No es así. El mundo, la gente, acusa una dinámica social diferente sobre la cual su Santidad demanda sensibilidad cristiana para abordar divorcio, aborto, migración, pobreza, unión de personas del mismo sexo. En un marco de familia.
Familia, valor que demanda comprensión, entendimiento, atención. En cuanto a nosotros, país, es asunto de Estado. De interés de gobierno y sociedad; de gobernantes (tres poderes, tres órdenes), de gobernados.
La familia es concepto de especial significado cuando poco tenemos de haber transitado de sociedad rural a urbana, en la que se le confiere valor superior. Valor, valores propios de una composición étnica en la que la mezcla de lo autóctono con lo europeo (español fundamentalmente), lo africano y lo asiático, nos dotó de una idiosincrasia que podrá tener similitudes con quienes tienen orígenes semejantes al nuestro, pero es única. Si bien con influencias culturales originadas en imperios dominantes.
La familia mexicana es piedra de toque de cohesión nacional. Permanecemos unidos por su fortaleza. Cierto, hoy es víctima de muchas amenazas: violencia criminal, alcoholismo, drogadicción, desempleo, remuneración inequitativa al trabajo, desintegración, violencia intrafamiliar, corrupción, penetración del enemigo al hogar mismo por medios electrónicos (la lengua lo mejor, la lengua lo peor, diría Esopo), insuficiencia de oferta educativa. Pero la familia está. Permanecerá si la cuidamos todos.
Bajo esa perspectiva esperamos que el sínodo ofrezca buenos resultados por vía de sus obispos. Comenzando por la muy respetable voz, superior, del obispo de Roma, su Santidad Francisco.
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