El crimen como método de lucha aun sea por causa justa es inaceptable. Es condenado, condenable, por cualquiera que sienta un mínimo de respeto para sus semejantes, ya no digamos compasión. Sobre todo cuando va dirigido contra inocentes que nada tienen que ver con lo disputado, o por lo que se disputa. Más, cuando uno mismo puede ser víctima. Peor, víctimas pudieran ser personas a quienes amamos. Tenemos capacidad para asumir la muerte, el sufrimiento, propios, mas nunca estaremos emocionalmente dispuestos al sufrimiento, la muerte, de aquellos a quienes queremos.
El terrorismo es acción criminal extrema, sea quien lo perpetre y sus causas.
Que gobiernos, sociedad civil, entidades religiosas, se pronuncien contra el terrorismo es acción a seguirse. En sus orígenes y en sus consecuencias. No basta con lamentar los hechos de violencia irracional después de ocurridos. Es necesario identificar sus orígenes. Desactivar motivos propiciatorios. Los hay. Están a la vista de observadores sin oficio y a la de especialistas a quienes no escapan las señales por menores que sean.
Hoy estamos atentos a los acontecimientos en Francia. A lo ocurrido con el personal de la revista satírica Charlie Hebdo. Sin embargo, conviene precisar: en este caso no se trató de un acto de terrorismo. Fue una acción punitiva perpetrada por islámicos contra quienes han ofendido sistemáticamente al más alto de sus símbolos, de sus valores religiosos: el Profeta Mahoma.
Integrantes fundamentalistas de la comunidad musulmana en Francia, integrada por cinco millones de fieles, tarde o temprano responderían a la ofensa de que eran objeto por los editores de la revista en cuestión. Antecedentes de esa corriente dentro del islamismo hacían y hacen prever el tamaño de la violencia a aplicarse en el castigo a los infieles. A ellos, no a población ajena.
Fundamentalistas han sido actores en acontecimientos similares que, esos sí, se inscriben en la definición de actos de terroristas cuyo propósito es sembrar terror, aterrar, a población ajena a hechos que se pretende castigar o repudiar. El atentado contra las torres gemelas de Nueva York, de dimensión mayor, o la bomba en el maratón de Boston; lo ocurrido en el Metro de Londres o en la estación Atocha del ferrocarril en España, es ejemplo de ello. Pero la explosión en el edificio federal en Oklahoma, Estados Unidos, no tuvo esa connotación. Fue acción de un enajenado mental de los que muchos hay en aquel país, belicoso por definición, en la cual perdieron la vida indistintamente adultos y niños, inocentes.
Pero algo hay por destacarse en los hechos de Francia. La actuación de las fuerzas de seguridad pública en la persecución, localización y muerte de los autores materiales del atentado. ¿Los únicos? Estos dispararon las armas en la oficina del semanario, mas hubo quien las puso en sus manos, algunos planearon la acción, hubo instigadores. En fin, es de suponerse una operación que va más allá de quienes pagaron con sus vidas el crimen.
En la tragedia, acción eficaz de la policía del país galo y silencio de quienes allá, como acá, reclaman respeto a los derechos humanos de criminales.
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