En el Nuevo Testamento, en el Evangelio según San Lucas en el capítulo 15, encontramos varios indicios de que la divinidad está buscando nuestras almas.
Esta búsqueda es continua y obstinada y no la dejará hasta encontrarnos.
En este capítulo se nos habla de una oveja perdida, de una moneda perdida y de un hijo perdido; antes de estas parábolas la humanidad jamás había escuchado palabras semejantes. La divinidad busca al hombre, aunque el hombre busca evadirse de la divinidad. Platón el filósofo decía: “es difícil encontrar al Autor del universo” y los sabios hindúes dicen: “no molesten a Dios con sus impertinencias, déjenlo dormir”.
Gandhi, el gran Mahatma, dijo que “encontrar a Dios, es tan difícil como sacar el agua del mar con un popote”.
El Evangelio San Lucas sin embargo, nos da la información adecuada. Un pastor, diligente y amoroso que busca su descuidada oveja y no para hasta encontrarla.
Una mujer que barre toda la casa hasta encontrar la moneda que adorna su diadema y que simboliza su virtud la cual ha perdido.
Esto último es semejante a la divinidad que barre el universo con la escoba de la gracia hasta encontrar nuestras almas perdidas. Porque de la misma manera que en la moneda está troquelada la imagen del soberano quien le da valor con su efigie; así en las almas de los hombres está grabada la imagen de Dios, quien no cejará hasta encontrar las almas y recuperar la imagen perdida en ellas.
Todo esto nos da la relevante noticia de que hay un interés por encontrarnos, pero en cuanto al hijo perdido, el padre de este pródigo no va en su búsqueda, pero su amor incomparable nunca lo abandonó sino que fue con él, hasta tierras lejanas y ese amor no lo dejó perdido sino lo guió de vuelta a casa.
No hay duda, Dios nos está buscando. A veces la búsqueda es breve y pronto nos dejamos encontrar, a veces tarda un poco. Otras veces la desgracia es que hallados, volvemos a extraviarnos y nuevamente ese obstinado amor, vuelve a la carga para de nuevo encontrarnos.
¿Hasta cuándo Dios estará persiguiéndonos para encontrarnos y llevarnos a casa?
Nos contaba un amigo, que momentos antes de entrar al quirófano en donde el cirujano le extirparía un tumor, Dios que lo buscaba lo encontró, porque él se dejó encontrar ante la proximidad de lo incierto.
Esa búsqueda incesante de la que ahora tenemos conocimiento es tenaz, es tan constante que la percibimos en todo momento y lugar y exclamamos ¡Dios mío!
¡Me has hallado! Porque no podemos aventurarnos teniendo la evidencia de que nos busca, a cerrarle nuestro corazón. Que grande tenacidad, que divina persistencia.
Entonces sentimos que la búsqueda ha terminado, porque nos invade una bella dicha, todo es más brillante.
Si tiene la experiencia de saberse hallado por el Señor, una sugerencia, diga simplemente: Te doy las gracias.
*Pastor General de la Iglesia Cristiana Interdenominacionall, A.R. ser@iciar.org
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