POR: Mariana Elisa Cerqueda Segundo
El día 19 de septiembre de 2017 será recordado para siempre. Fue el día en que para todos los habitantes del centro político y económico del país, el Valle de México, su tierra se movió como no lo había hecho en muchos, muchos años, desde hace exactamente treinta y dos años. El mismo día, pero de hace más de tres décadas. Cerca de las dos de la tarde, de repente, por casi un minuto, el suelo se cimbró y se movió como si fuera gelatina.
Muchas construcciones se cayeron, los postes se movían caprichosamente, los edificios altos se bamboleaban como si fueran de papel y la gente sintió que el mundo se acababa. Todos corrían, lloraban, gritaban, deseaban comunicarse con sus familiares para saber si estaban bien. La Ciudad de México, con todo y su grandeza, parecía colapsar.
En un corto tiempo, las líneas telefónicas se saturaron o colapsaron; el transporte resultó insuficiente, muchas familias sufrieron el terror de no encontrar a sus familiares, angustiados por el hecho de saber que posiblemente habían quedado atrapados entre los escombros de su lugar de trabajo, su escuela, o en cualquier otro lugar que se encontrasen realizando sus labores cotidianas en ese momento. ¿Quién iba a pensar que ese martes 19 de septiembre se convertiría para muchos en el día más doloroso de su vida?.
Pero también fue el día en que Mexico demostró que está unido, y que un terremoto no nos iba a destruir. Porque también salió a relucir que somos un país con millones de personas buenas y solidarias las cuales están más que dispuestas a ayudar al prójimo.
Martes 19 de septiembre, todos sabíamos del simulacro que se realiza cada año para conmemorar aquel sismo de 1985 y en honor a todas las victimas mortales de aquel día. La alerta sísmica sonó puntualmente a las 11 de la mañana. Todo mundo la escuchó, los trabajadores, empleados, estudiantes, funcionarios, se sumaron sonrientes a esta actividad. Salieron de sus oficinas, entre risas y bromas; nadie podría imaginar que más tarde se volvería realidad, una trágica realidad.
Todos realizaban sus actividades cotidianas cuando el piso comenzó a moverse y parecía que a cada segundo lo hacía con más intensidad. Las personas corrían, salían de casa sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. En un primer momento, a simple vista parecía que sólo eran pérdidas pequeñas y daños materiales más o menos relevantes.
Sin embargo, conforme el tiempo transcurría, la gente se empezó a dar cuenta de la magnitud de lo ocurrido. Ya no se hablaba únicamente de daños materiales, ahora se sumaba el hecho de saber que había personas atrapadas entre los escombros, personas que después fueron rescatados, algunos ya muertos.
Durante mucho tiempo se mantuvo la esperanza de rescatar a las víctimas aún con vida e incluso crecía dicho deseo con la incorporación de miles de personas dispuestas a ayudar solidariamente. Pero conforme pasaron la horas, las esperanzas se iban perdiendo. Y cada vez más se sumaban más y más personas para ayudar, se podría decir, sin temor a equivocarse, que sumaron varios miles de personas las que se sumaron a los trabajos de rescate. Incluso niños ayudaron a repartir alimentos, chocolates, pero principalmente, jóvenes, adultos, personas de la tercera edad, dispuestos a ayudar en lo que fuera. Muchos colaboraron en remover escombros, en pasarse uno a uno, en fila, material y escombros. Hubo familias enteras que preparaban comida para llevarles a los rescatistas.
Los cuerpos de emergencia gubernamentales y los expertos coordinaban las labores de rescate, pero la misma población civil fue también capaz de ordenarse y organizarse para trabajar en esas labores; muchos, muchos más se sumaban a cada momento para acomodar víveres donados por podríamos decir, la mayoría de la población citadina. Fue un día en el que México demostró de qué está hecha su gente.
Hoy, 25 de septiembre, aún siguen las labores de rescate y esta información seguirá actualizándose las siguientes horas; pero podemos decir que el 19 de septiembre del 2017 fue el día en el que México cambió, en el que las personas fuimos más sensibles por el dolor de otros, en el que nos ponemos a reflexionar y decir: “Todos somos México y como país todos unidos podemos salir adelante”. E incluimos también a los hermanos de Oaxaca, Chiapas, Morelos y el Estado de México, que también sufrieron en carne propia los rigores de la Madre Naturaleza.
Finalmente, podemos decir que la Ciudad de México no colapsó gracias a sus propios habitantes, a que sacaron a relucir la solidaridad ante todo y a que no se descansó hasta que no se agotaron los rescates posibles.
Comentarios Cerrados