Opinión

El huracán Karl, en Veracruz

(primera de tres partes)

En mis últimos textos me he referido al foro sobre calentamiento global organizado por la Comisión de Desarrollo Rural, presidida por el diputado Javier Usabiaga, y a los fundamentados propósitos de regresar la Comisión Especial en Materia de Protección Civil a la condición de ordinaria, por parte de su presidente, Fernando Morales, legislador poblano. Lejos estaba al tratar semejantes temas, de que en muy corto plazo, estaría inmerso en el desastre que hoy sufre mi estado, de origen y residencia, Veracruz, provocado por el huracán Karl.

Días atrás, en sesión de la Comisión de Marina, presidida por el diputado Alejandro Gertz Manero, Antonio Martínez Armengol abordó la cuestión del azolvamiento de las desembocaduras de los ríos. Sabe del asunto por experiencia profesional y porque su vida está vinculada al río Coatzacoalcos. Su planteamiento coincide con uno del diputado Usabiaga, quien comentó que se programa un foro en el cual uno de los temas será el azolvamiento de ríos. Bien, la dimensión de la tragedia hoy está aumentada por ese problema. Se desbordan porque su capacidad de desagüe es insuficiente ante crecientes extraordinarias.

A mi esposa y a hermanos, cuando hablaban del riesgo de vivir en zona costera, por los huracanes, mi respuesta era: “Nunca llegarán a Veracruz, ciudad. Su ubicación, en el centro de la línea del Golfo, la preserva. La experiencia lo demuestra. Comúnmente se originan en el Océano Atlántico, frente a África. Nos llegan por la zona caribeña, golpean a sus islas, siguen a Centroamérica. Pasan por la Península de Yucatán, cruzan el canal, y se dirigen al norte. Ejemplos: el Gilberto, el Stan, el Wilma, muchos más”. Por supuesto, las rutas de los meteoros son variables.
Nada pasa hasta que sucede. Hoy mi esposa y mi hermana, reclaman: “los ciclones no llegan a Veracruz”, decías. No lo hubiera imaginado. Por primera vez estoy en el lugar de un evento. Hasta ahora, cuando el Karl nos castiga severamente, me toca vivirlo, asistir a sus consecuencias.

La alerta fue emitida con oportunidad. Pero como yo, muchos no la creyeron. Esas personas, conmigo y con mi familia, no estábamos debidamente preparados para el doloroso acontecimiento. En nuestro caso no protegimos ventanas; no dispusimos de lámparas ni de radios portátiles; no nos aprovisionamos de agua suficiente, para tomar y para el aseo; no acordamos qué hacer en situación crítica.

Poco antes de que el huracán tocara tierra una de mis hijas salió al trabajo. En medio de una lluvia intensa, persistente. Eran las 7:45 horas. A las 10:00 ya teníamos agua y viento encima. A las 12:00 mi hija regresó. Comenzamos a ver noticieros, a enterarnos de la situación. Se interrumpió el servicio de energía eléctrica. El viento golpeaba con violencia. Escuchábamos y veíamos sus efectos sobre los árboles frente a casa. Mirábamos cómo techos de lámina, de viviendas cercanas, volaban.

El viento alcanzó una velocidad superior a los 200 kilómetros por hora, a diferencia de los “nortes” estacionales, que golpean con rachas de 150 a 170, ahora la velocidad era continua. Además, atacó por el lado suroeste de la conurbación. Circunstancia inesperada. Sin embargo, lo peor fue provocado por su carga de agua. La precipitación pluvial de un día, fue el equivalente a la de siete meses normales, dicen los enterados.

Veracruz hoy sufre por el Karl. Pero está de pie, por su gente, por la solidaridad nacional desplegada en su apoyo, presentes el Presidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala.

“Veracruz está de pie”, dice el gobernador Fidel Herrera, incansable en momentos tan dolorosos, junto con su esposa, Rosa Borunda, al lado de sus gobernados.

Comentarios Cerrados

Los comentarios están cerrados. No podrás dejar un comentario en esta entrada.