Noé Díaz Alfaro*
Durante muchos años el hombre se ha preguntado acerca del origen de la vida. En respuesta a ello han surgido teorías diversas. Por ejemplo: Demócrito de Abdera (470-380 a.C.) suponía que toda materia, incluida la vida, estaba formada por diminutas partículas llamadas átomos; la vida era debida a que los seres que la poseían disponían de un tipo especial de átomos redondeados que, dispersos por todo el organismo, les proporcionaban las características vitales para su existencia.
Aristóteles (384-322 a.C.) sostenía que los seres vivos estaban compuestos de idénticos elementos que la materia inerte, pero que además poseían una fuerza o principio vital concedido por un ser superior. Este principio vital era inmortal, no teniendo la vida fin en sí misma, sino en función de su creador. Creía que la “entelequia del cuerpo”, el alma, era lo que daba forma al cuerpo y movía los seres vivos.
Alexander I. Oparin, en su obra El origen de la vida, consideraba que la atmósfera primitiva estaba compuesta por hidrógeno, metano, amoniaco y vapor de agua. Esta mezcla gaseosa, debido a la acción de los rayos solares, daría lugar a gran cantidad de moléculas orgánicas, que caerían en los océanos y allí se acumularían durante largos periodos de tiempo sin riesgo de descomposición, formando un caldo nutritivo. Las moléculas se irían asociando entre sí, formando agregados moleculares cada vez más complejos, con una estructura concreta, a los que llamó coacervados. Los coacervados con capacidad de autosíntesis (productores de su propio alimento), evolucionarían hacia formas cada vez más estables y complicadas hasta convertirse en verdaderas estructuras vivientes. Estos organismos primordiales darían lugar, por evolución durante millones de años, al mundo vegetal y animal de nuestro Planeta.
Charles Darwin, creador de la doctrina conocida como darwinismo, en su obra, el origen de las especies por medio de la selección natural (1859), sostenía: “…debemos admitir también que todos los seres organizados que viven o que han vivido sobre la Tierra, pueden descender de una única forma primordial…una especie de bacteria primitiva básica”.
En la IV Conferencia Internacional sobre el origen de la vida, celebrada en Barcelona en 1973, Oparin reconoció que el origen de la vida no es ocasional, sino que se ajusta en todo a las leyes de la Naturaleza. A lo cual Stuart Mill respondió que si esto fuera así, las leyes de la Naturaleza no pueden, por sí mismas, ofrecer una explicación de su propio origen.
Por su parte, John B. Haldene, famoso fisiólogo genetista británico, profesor de la Universidad de Cambridge, afirma que el origen de la vida es imposible sin un Ser Inteligente preexistente. La vida no se ha formado por casualidad, sino que se basa en leyes bien precisas.
A su vez, Fred Hoyle, célebre científico inglés, a quien le fue otorgado el título de Caballero, en 1972, por sus trabajos científicos, afirma: “La vida no puede haberse producido por casualidad”.
Aceptar la existencia de átomos o elementos y moléculas orgánicas, la capacidad de autosíntesis de los coacervados y la bacteria primitiva básica de la cual según Darwin dependen todos los seres vivos, me pregunto ¿por qué no se han sometido a la experimentación todas estas teorías? Si esto fuera así, ¿por qué entonces el hombre no ha podido producir vida? Por otra parte, reconocer la existencia de leyes precisas y exactas en la Naturaleza y no preguntarse por el origen de ellas es quedarse a la mitad del camino. Si nos preguntamos por el origen último de las leyes llegaremos siempre a Dios. ¿No le parece?
*Pastor de la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R.
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