Con rostro duro e inexpresivo cerró 2014, el Presidente Enrique Peña Nieto. Reflejo de un año voluble y trágico. Los vientos lo arroyaron. Azotniyapa e Iguala fueron el remolino que destruyó el programa de la ilusión. Dos años para las reformas estructurales. El mundo globalizado volteó a México. Había un milagro. Con un joven líder. La violencia surgió de las tinieblas del crimen organizado, incrustado en el gobierno guerrerense. El país se apagó. Como el viejo faro de la tristeza. 43 estudiantes se fueron. El Gobierno perdió el paso. Y la ilusión. El petróleo, bendito, se endiabló y golpeó la economía. Con un precio infernal debajo de 40 dólares.
Levantó la mira y ánimo. El luto tiene su tiempo. La vida no se detiene. Mucho menos la de un pueblo. El discurso cambió. Sustentado en las reformas el Presidente de la sonrisa. El del saludo tumultuoso. Disponible al pedido de “una foto”. Ese mandatario joven regresó. Surgió el discurso de los programas y resultados. Cifras sostenidas en datos del INEGI. Empleos. Exportación de automóviles, un récord. Producción agropecuaria. Una reforma obliga a otra reforma. Se encadenan. Para no quedarse como árbol plantado e inmóvil.
Así, presentó un programa innovador sobre vivienda. Más inversión, más vivienda. Y más empleo. Con la reactivación del sector de la construcción. Concurrencia de bancos. El mensaje de economía familiar. Es otro el rostro, con un mensaje social. No hay derecho al inmovilismo.
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