Como se esperaba, el Partido Republicano ganó las elecciones en Estados Unidos. Triunfo que acaso, paradójicamente, lo lleve a la derrota en la elección de presidente en el 2017. La radicalización de posiciones conservadoras podría actuar en contra. La derecha triunfante, ensoberbecida, cabría decirlo, impondrá sus principios y propuestas en el último tramo de gobierno de Barack Obama. Los seguidores espirituales de Sarah Palin en las filas del partido del elefante han sentado sus reales. Se opondrán a reformas de carácter social como las de salud, migratoria, tolerancia a la unión de parejas del mismo sexo; alentarán el papel de Estados Unidos como promotor de la democracia a su modo.
Malas noticias para México y países origen de trabajadores que buscan en cualquier parte mejores formas de vida. Malas noticias para los marginados norteamericanos. Malas noticias para los pueblos opuestos a los designios de grupos hegemónicos que ponen condiciones a su propio gobierno.
Sabido: la Casa Blanca está acotada por los grupos de poder económico y militar que es decir lo mismo. Bien han señalado analistas políticos, las proclamas revolucionarias no convocan a los electores revolucionarios pero llevan a los conservadores a expresarse. Algo así ocurrió ahora. De la misma manera en que, en su momento, George Bush se impuso a Al Gore, primero, y a John Kerry, después.
¿Quiere decir: con los demócratas las cosas serían distintas? La administración de Obama demuestra que no. En sus políticas de salud se encontró con férrea oposición de sectores económicos, profesionales, pretendidamente afectados. En la reforma migratoria, la de la “enchilada completa”, no pudo avanzar. No queda tiempo para más. Menos en las condiciones legislativas de ahora. Los republicanos defensores a ultranza de fronteras cerradas, conservaron la mayoría en la Cámara de Representantes, la alcanzaron en la Cámara de Senadores.
Así, el compromiso electoral de Obama, de su primera elección, de promover la reforma migratoria se quedará en el catálogo de las intenciones. No importa cuánto pertinente sea a los intereses no sólo de minorías en crecimiento, sino de grupos empresariales que ven en la mano de obra migrante capacidad, calidad, talento. Cuánto lamentable que en el tema migratorio, por mencionar uno de los prioritarios de la agenda, Samuel Huntington, autor de El choque de civilizaciones, se imponga a Julian Simon, profesor de la Universidad de Maryland, que documentó ampliamente la aportación de los trabajadores migrantes a la economía estadunidense.
Sin embargo, desde siempre el pueblo mexicano, el gobierno mexicano, han sabido enfrentar políticas públicas contrarias a nuestros intereses. De una manera u otra se ha superado la xenofobia; el veto al atún por la pesca incidental de delfines se ha resuelto; el cierre a nuestro aguacate y a nuestro jitomate ha sido vencido. Quedan pendientes, entre otros el asunto de los transportistas, pero la solución está próxima.
En fin, la condición de “vecinos distantes” deberá resolverse en el marco de una proximidad geográfica y cada vez más cultural, además de económica claro está, para bien de dos pueblos separados, pero al mismo tiempo hermanados, por 3000 kilómetros de frontera.
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