En la pasada visita del Papa Francisco a México se vivieron momentos muy dispares, desde un discurso muy duro en temas de migración, indígenas, corrupción, marginación, así como el lanzar un gran mensaje de esperanza y de aliento a quienes se sientes asfixiados por todos los problemas que les aquejan.
Palabras que se quedaron en el colectivo de las cientos de miles de personas que le siguieron en sus eventos y travesías por las calles de la Ciudad de México, Estado de México, Chiapas, Michoacan y Chihuahua.
En materia de seguridad fue muy enfático en indicar que Jesús «nunca nos invitaría a ser sicarios» y que “el problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando».
Siendo frases enfocadas a invitar a soñar un México mejor, a que cuando se tenga que discutir se discuta de frente y que vuele algún plato de vez en cuando. El único consejo es que no termine el día sin hacer las paces, enfatizo.
Además de no dejar de tocar temas no solo de interés de México, sino en general como fueron sus palabras expresadas en Chiapas, en donde dijo que «ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia. En esto, ustedes (los pueblos indígenas) tienen mucho que enseñar a la humanidad».
«Muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas, su tradición. Otros mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras, o han realizado acciones que las contaminaban. Qué tristeza. Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir perdón. Perdón, hermanos».
Aunado a que en el otro costado de la frontera mexicana, en el norte del país fue muy enfático en indicar que «la experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo».
Sin dejar de hacer llamados a la coherencia entre el clero al hacerles saber que «2s necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia y del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autorreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar en su rostro, que la proximidad y la condescendencia pueden más que la fuerza». Y expresando una de las frases mas celebres de esta visita. «Si tienen que pelearse, si tienen que decirse cosas, sean hombres, ¡díganselas en la cara!».
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