Fe, del latín fides, “confiar”, es el asentimiento firme de la voluntad a una verdad basada sola y únicamente en la revelación divina.
En el orden humano fe es aceptar la palabra de otro, confiando que es honesto y su palabra es veraz.
En un sentido religioso, la fe puede ser entendida como la totalidad de creencias, principios y pensamientos que hacen del creyente parte o miembro de una religión.
El escritor de la epístola a los Hebreos señala: “Es, pues, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He.11:1).
En este marco conceptual, la fe puede ser natural y sobrenatural; también puede ser entendida como doctrina y como creencia.
La fe natural es aquella que nace de nosotros mismos y nos permite confiar en las personas. La fe sobrenatural viene de Dios y nos ayuda a confiar en Él y en su Palabra. La fe sobrenatural hace posible nuestra salvación, pues es don de Dios.
La fe como doctrina es el conjunto de principios y verdades bíblicas que sostiene una persona, religión o denominación cristiana; en tanto que la fe como creencia lleva a la persona a esperar firmemente en Dios y en sus promesas. La fe como doctrina y como creencia hace posible una relación personal con Dios e implica fidelidad, firmeza y seguridad.
La fe como creencia, sustentada en la Sagrada Escritura, sostiene nuestra vida cristiana y la fe de la Iglesia Cristiana Interdenominacional, Asociación Religiosa.
1. La personalidad de Dios.
Esto indica que posee los atributos propios de la personalidad, que tiene inteligencia, sentimientos y voluntad, cualidades que sólo corresponden a la persona. Por tanto Dios piensa, siente y quiere.
Llamamos divina trinidad a Dios, sosteniendo que en la unidad del ser divino hay tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, quienes son consubstanciales, coeternas y coiguales. (Is. 55:8; Jn.3:16; 1Ti. 2:3-4).
2. La Biblia es la palabra de Dios inspirada divinamente y, por lo tanto, la única regla de nuestra fe y a la que debe ajustarse nuestra vida.
Conocida también con el nombre de Santa Escritura, la Biblia es guía de salvación para el ser humano. Por medio de ella el hombre sabe que hay un Dios único y verdadero, y sabe cómo acercarse a Él y conocerle (Jn. 20:30-31; 2Ti 3:15-17; 2P.1:21).
3. Cristo Jesús es el único y suficiente salvador de las almas.
Entendemos la salvación como el estado de liberación espiritual y de gracia y perdón, al que somos conducidos por el DIOS único, cuando por medio de la fe en el señor Jesucristo, somos aceptados en él y hechos hijos de Dios.
El señor Jesucristo nos salva del pecado, de la servidumbre del pecado, de las consecuencias y del autor del pecado.
Lo único que necesita la persona para ser salva es arrepentimiento y fe en el señor Jesucristo, porque escrito está: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch.4:12).
De modo que nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, Jesucristo, el hijo de Dios (Mt.1:21; Jn.1:29; Ro.6:23: 1Co.3:11).
4. La Santificación, como una parte integrante de la experiencia de la salvación, es indispensable para ver a Dios y para vivir eternamente con él.
Bíblicamente, santo y santidad significan “ser separado” a fin de vivir para Dios y servirle. La verdadera santidad caracteriza los actos externos, pero más todavía el móvil o la intención del corazón.
Creemos en la santificación posicional que comienza desde que el ser humano cree en Cristo Jesús y es regenerado por el Espíritu Santo.
Creemos también en la santificación progresiva porque el creyente debe seguir la santidad.
Santificador es el Espíritu Santo que actúa en nosotros los creyentes, conduciéndonos a una vida de perfección en Cristo, hasta que la gracia de Dios brille en nosotros y la imagen de Cristo sea formada en nuestra vida (2Co.7:1; 1P.1:2,15-16).
Creemos que el Señor Jesucristo es el sanador de nuestros cuerpos mortales cuando estamos enfermos.
Nuestra fe cristiana en la sanidad divina se apoya en las promesas de Dios escritas en la Biblia.
Después de la caída, Dios le dio al hombre la promesa de un redentor que vendría a librarlos del estado de ruina y miseria en que había quedado.
El mesías venía a salvar al ser humano del pecado y de todas sus consecuencias, una de las cuales es la enfermedad. Por ello, en su muerte expiatoria el señor Jesucristo proveyó una doble sanidad para nosotros, tanto física como espiritual (Mt.9:1; Lc.13:13; Hch.10:37-38).
Creemos en la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo.
La doctrina de la Segunda Venida de nuestro señor y salvador Jesucristo es tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Pero de lo que sí estamos seguros es que él vendrá otra vez y de que el tiempo de su venida se aproxima. Como no sabemos el día ni la hora en que esto sucederá, debemos vivir en santidad, preparados para este glorioso acontecimiento (Mt.24:34-37; Jn.14:2-3; He.12:14).
Creemos en la resurrección e inmortalidad del creyente.
Los creyentes tenemos un cuerpo mortal y corruptible, y tendremos que morir y ser presa de la corrupción en el sepulcro, por razón de que el postrer enemigo que será destruido es la muerte, y esto así seguirá hasta que Cristo venga y nos lleve con él.
Tanto la resurrección como la inmortalidad del creyente deben entenderse en relación con la segunda venida de nuestro señor Jesucristo y como acontecimientos simultáneos a ella.
Todos los creyentes de todas las épocas que ya han muerto y los que vivan en la Segunda Venida del señor, seremos transformados. Desde ese momento unos y otros seremos hechos inmortales y nunca más estaremos sujetos a la muerte, sino que por toda la eternidad tendremos un cuerpo glorificado e inmortal de acuerdo con la poderosa obra redentora de Cristo el señor (1Co. 15:22-23,42-54; Fil.1:21-23: 1Ts.4:13-17).
Estimado lector: ¿En quién o en qué está sustentada tu fe?
* Pastor en la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org
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