“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.
Pero sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay,
y que es galardonador de los que le buscan” (He.11:1, 6).
En el artículo anterior escribí acerca de la fe como doctrina y di a conocer los puntos básicos que, sustentados en la Sagrada Escritura, sostienen la fe de la Iglesia Cristiana Interdenominacional.
En esta ocasión reflexionaré respecto a la fe como creencia, es decir, la fe que lleva a la persona a actuar en razón de su confianza en Dios y en su Palabra. Para ello, consideraré algunos personajes bíblicos que actuaron guiados por fe.
Primer ejemplo: Noé creyó y obedeció a la palabra que Dios le habló, diciendo: “Hazte un arca de madera de gofer” (Gn.6:15).
Ante tal mandato, había motivos para no creer ni obedecer la voz de Dios. ¿Cómo supo Noé que Dios habló, y no era la voz de su conciencia? El arca sería construida en el valle, no en el mar. Hasta entonces el rocío regaba la tierra, nunca había llovido. Noé se dedicaba al campo, no era carpintero. Dios creó al hombre, y ahora Dios había decidido el fin de todo ser. Noé era un hombre entendido, ahora sería considerado como un hombre insensato.
Contra estas razones que la lógica humana imponía para no acatar el mandato de Dios, Noé creyó, obedeció y actuó guiado por fe. Dice la Biblia: “Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gn.6:22). Y Dios cumplió su Palabra: vino el diluvio y, con excepción de Noé, su familia y los animales que entraron en el arca; murió toda carne y todo lo que había en la tierra fue destruido.
Segundo ejemplo: Los tres jóvenes hebreos que refiere el capítulo 3 de Daniel, da cuenta de lo que significa actuar en congruencia con la fe en el Dios vivo y verdadero.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, ordenó construir una estatua de oro de veintisiete metros de altura y mandó que al son de todo instrumento de música, pueblos, naciones y lenguas se postrasen y adorasen la estatua de oro que él había levantado; y cualquiera que no lo hiciera, inmediatamente sería echado dentro de un horno de fuego ardiendo.
Varones caldeos acusaron maliciosamente a tres jóvenes judíos que habían sido puestos sobre los negocios de la provincia de Babilonia; a los cuales, Nabucodonosor, les dijo: ¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abednego, que vosotros no honráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuesto a hacerlo? Porque si no la adoráis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?
Sadrac, Mesac y Abednego respondieron al rey, diciendo: He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.
Nabucodonosor se llenó de ira y mandó echarlos en el horno de fuego ardiendo. Al darse cuenta de lo sucedido, se espantó y preguntó a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante al hijo de los dioses. Entonces el rey se acercó al horno de fuego ardiendo y dijo: Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces los tres jóvenes hebreos salieron de en medio del horno de fuego.
Al ver el rey Nabucodonosor y sus gobernadores cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían; dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abednego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste.
Querido amigo lector: Noé le creyó a Dios y fue salvo él y los suyos. Los tres jóvenes hebreos confiaron en Dios y Dios los libró del horno de fuego. ¿Tienes alguna prueba de obediencia o te sientes en medio del horno de fuego?
Créele a Dios y sigue el ejemplo de Noé, Sadrac, Mesac y Abednego.
* Pastor en la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org
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