La delincuencia juvenil es un problema social complejo que ha ido en aumento en México y, es un tema en el que convergen diversos elementos que deben analizarse en conjunto para entender porqué la violencia se ha posicionado en los últimos tiempos como un asunto corriente en la vida de algunos adolescentes, explica el doctor José Luis Cisneros, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Ese fenómeno que afecta a ese sector de la sociedad cobra relevancia no sólo por el aumento en la incidencia, sino también por las formas radicales en las que se manifiesta, enraizándose en las estructuras sociales, políticas y económicas.
En sus investigaciones ha identificado que entre las causas del problema la instalación y la propagación de una filosofía consumista de vida, la acelerada reducción de oportunidades disponibles y la ausencia, en un segmento creciente de la población, de perspectivas realistas para evitar o superar la pobreza.
Otros factores que agravan la situación conflictiva y violenta del entorno social son la incompetencia de los Estados y los sistemas políticos actuales para responder de manera efectiva a las necesidades y problemáticas de los habitantes, sobre todo de aquellos que pertenecen a estratos sociales marginados.
Además de la tendiente indiferencia y falta de acción ciudadana respecto de las condiciones, cada vez más degradantes, en las que se desarrolla la interacción social.
La explicación más común que se da al hecho de que muchos jóvenes incursionen en actividades ilegales tiene que ver con la percepción de que “vivimos en sociedades sin valores y sin estructuras familiares sólidas”, dado que pierden de vista que antes de las intimidaciones que caracterizan los hechos delictivos, hay una violencia estructural que opera en detrimento del desarrollo óptimo de las juventudes.
Si bien la exclusión no es condición suficiente para generar el fenómeno de la criminalidad, sí lo es el empobrecimiento, el cual es un factor característico en ámbitos en los que las diferencias se agudizan, destaca José Luis Cisneros.
Esos niveles delictivos han sido posibles debido a la falta de empleos suficientes y bien remunerados, a la desigualdad lacerante que ofende la dignidad, a la ausencia de modelos para atender los principales problemas nacionales, a la revelación de una realidad que insulta la condición humana y divide a la sociedad entre los que intentan continuar en el camino de la legitimidad y los que ven en la ilegalidad la única posibilidad de subsistencia.
La agresión no es instintiva, se adquiere, se aprende y se siembra en los primeros años de vida y comienza a dar frutos durante la adolescencia. Los menores que aprenden a socializar mediante el ejercicio de la violencia, son la fuerza que nutre a los grupos criminales, no sólo por la ventaja de su edad, que los hace acreedores a sanciones penales cortas, sino porque suelen mostrar un fuerte sentido de pertenencia y lealtad a los grupos delictivos que los cobijan.
El papel de ellos es atemorizar y ejercer un control territorial, son mano de obra barata que hace el trabajo que otros no se atreven; son leales y rudos, no cuestionan, sólo obedecen, además no sólo obtienen beneficios económicos, sino que adquieren una sensación de grandeza y respeto social basado en el miedo que infunden y la impunidad con la que operan, asevera el especialista.
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