«Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se
pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como
preferente asunto de mi alegría”. (Salmo 137:5-6) Londres, Madrid, Nueva York, Paris, Ciudad de México, ¿cuál es la ciudad que más citan los turistas? Nadie, excepto nosotros, nos acordamos de Jerusalén, sin embargo, todos los días los ojos
del mundo miran hacia ella, no será el Centro Económico del mundo, tampoco la Sede Diplomática de las Naciones Unidas, pero es única, es bella, es Jerusalén.
Hace cerca de dos mil años, la Ciudad se conmocionó, una escena singular miraron sus habitantes, un sencillo Rabino de treinta y tres años, montado en un burrito, entró a la ciudad, provocando la alegría y admiración de quienes le vieron. Hoy día se conoce ese hecho como La Entrada Triunfal, y marcó ese día para siempre el significado espiritual de una ciudad incomparable, por los hechos importantes que se han desarrollado en sus calles y palacios. Volvamos unos momentos más a Jerusalén: está situada a 31 grados y 41 minutos de latitud Norte, y a 35 grados 14 minutos de longitud Este, ya no está en el centro de los mapas modernos, pero sigue siendo el centro de la historia y la profecía proclama para ella, un gran futuro. El día maravilloso de la entrada triunfal, Jesús el Nazareno, cumplió las profecías de Zacarías cuando dijo: “Alégrate mucho, hija de Sion; davoces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y Salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9).
Al entrar de este modo triunfal en la ciudad, el Señor no era inconsecuente con su humildad ni con su estado de humillación que asumió al encarnarse como el Hijo de Dios. Aclamado, admirado, pero llevado a la muerte por la misma multitud, cinco días después. Nos llama la atención que Jesús no entró a Jerusalén para ser aceptado, sino para ser rechazado, también un singular hecho, desde la vista privilegiada del Monte de los Olivos, al acercarse a la ciudad al verla lloró, ante la presciencia de lo que le iba a ocurrir, treinta y tantos años después. Lamentablemente la ciudad no conoció el día de su visitación, tan bella y privilegiada, pero tan ingrata y sombría.
Pero hay cosas que son para nuestra paz, cuyo conocimiento nos interesa grandemente. Hay un tiempo para nuestra visitación, debemos conocer ese tiempo cuando la mano divina esta llamando a la puerta de nuestro corazón, anhelando tener comunión con nosotros, así es queridos lectores, quiera Dios que nosotros apreciemos el día en el cual Jesucristo hará su entrada triunfal en nuestra alma, para limpiarnos y perdonarnos de nuestros pecados. Deseamos que todos nosotros apreciemos estos días tan especiales y que la hora de nuestra redención, se lleve a cabo, por la obra de la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
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