De Savonarola a Calvino hay sólo unos pocos años, pero en medio de ellos aparece Lutero.
A Calvino se atribuyen muchas cosas, pero una sola frase la rescatamos: “es un necio el que nunca tiene una duda”.
A Voltaire se le censuraba en su tiempo por su claridad. Se decía atacándolo “este es un mundo extraño, pero la lógica no es la llave que nos descubre sus misterios”.
En cambio Calvino, quiso gobernar el mundo del espíritu por el imperio de la lógica y el imperio de los negocios por el imperio de los pulgares y ni en uno ni en otro tuvo éxito.
Su propia vida siempre estuvo quebrantada por la enfermedad. Pero empezó pronto, a los veinticuatro años terminó instituciones, creo que el gran mérito de Calvino fue concebir a la Iglesia de Cristo como una sociedad de hombres regenerados.
La purificación moral de la humanidad fue la gran idea de Calvino y la línea fina del desarrollo de su sistema. Hay quienes piensan que Savonarola era un volcán de fuego y lava y Calvino un horno bien controlado y disciplinado y por eso es más valioso en su pensamiento.
En Ginebra, Calvino realizó un gran experimento; creía en esto: si un predicador puede inspirar una iglesia, entonces la iglesia se transformará en instrumento de legalidad y de justicia. Quedó bastante lejos de su ideal, pero lo intentó. Tuvo siempre la idea de que Dios lo había llevado a Ginebra por un destino seguro.
Este hombre que padecía asma y se quedaba sin aliento al hablar, hizo de la palabra su razón de ser. Los textos escolares de hace algunos años, señalaban a Calvino como un forjador del idioma francés.
¿Por qué hemos de hablar de Calvino si fue sólo un religioso? Porque fue un estadista. Este hijo del secretario del Obispo de Noyon en Picardía Francia, se opuso tanto al autoritarismo como individualismo humanista.
En esto resaltamos su aportación a la sociedad, buscó hacer de Ginebra una ciudad donde la justicia prevaleciera, donde el derecho de los que menos tienen no fuera conculcado, donde la mentira fuera el pecado más horroroso de la humanidad y donde las virtudes humanas fueran como la cosecha permanente de la Rosa de Saron y el Lirio de los Valles.
Una vida consagrada a un ideal utópico es mejor que miles de vidas encadenadas a la corrupción y al latrocinio. En esto está el legado de Calvino, no el teólogo sino el hombre de su tiempo, un hombre en cuyo corazón hubo lugar para el nazareno y a quien sirvió con la misma convicción que a sus compatriotas.
Nosotros no elaboramos innecesaria defensa de su vida, de el que no es un personaje simpático para ella, sino que decimos sin temor a equivocarnos que en medio de un mundo como éste, se hace necesario aparezcan de cuando en cuando hombres que quieran perder sus vidas para ganarlas.
No sería justo terminar la alusión de este hombre sin decir que su doctrina y sus principios favorecieron en mucho la instauración de gobiernos democráticos, meta en la que todavía nosotros no terminamos de dirimir nuestras diferencias.
“El conocimiento en el hombre no es sino las ideas puestas por Dios en él; Dios es la única fuente de la verdad, y principio real de las acciones humanas. El hombre sólo es instrumento de los planes de Dios” diría Calvino.
*Pastor General de la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org
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