Una caricatura de finales de los 80s pinta con todo realismo la esencia de la Semana Santa o Semana Mayor, como también se le denomina. Sobre la carretera a Acapulco, miles de automovilistas se dirigen a las playas a disfrutar de sus vacaciones. Los carriles de ida van repletos de autos, cuyos ocupantes, todos van con sus caras sonrientes y plenos de felicidad. No faltaba más. Por el contrario, en los carriles de regreso, sólo aparece Jesús de Nazaret con la cruz a cuestas. Su destino: la Ciudad de México. Uno de los vacacionistas saca la cabeza por la ventanilla que da al volante y le grita: “¡Hey, tu!: vas en sentido contrario”. Durante décadas esta imagen fue la dominante en estos días santos. Este año fue la excepción. La Semana Mayor se caracterizó por lluvias torrenciales, granizadas advenidizas; por supuesto, algo de calor, y, para acabarla de amolar, el pasado viernes 18, se registró un sismo de 7.2 grados en la Escala de Richter. Sobre lo primero, poco habría que agregar. Los reportes del Meteorológico Nacional no dejan lugar a dudas. Todos los días informaba sobre lluvias y alertaba a los vacacionistas sobre las precauciones que debían tener; de lo segundo, ni hablar: tomó a todos desprevenidos. Las lluvias, algunas veces copiosas, continúan. Esto a escasas tres semanas de que empiece el tradicional ciclo pluvial anual, cuyo inicio: 15 de mayo, trae a la mente un hecho trascedente entre los labriegos: sacar al santo más poderoso de la región para que recorriera la zona y pedir su intercesión para que mitigara el calor y trajera las lluvias, en los días previos, y el 15, día de San Isidro Labrador, su patrono, gritar a todo pulmón: “San Isidro Labrador, llévate la lluvia y trae el sol”.
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