“…Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap.14:13).
En más de una ocasión el Señor Jesucristo exaltó la vida y obra de personas que mostraron su amor, fe y fidelidad a Dios. Tal es el caso de Juan el Bautista (Mt.11:7-14), la viuda pobre (Mr.12:41-44), la mujer que derramó sobre Su cabeza un vaso de alabastro de perfume de gran precio (Mt.26:6-13) y la mujer que, postrada, regaba con lágrimas Sus pies, y los enjugaba con sus cabellos (Lc.7:36-50).
En ese mismo espíritu, hoy quiero dar fiel testimonio de la vida y obra de un gran siervo de Dios: Jesús Ocampo Monroy, a quien siempre llamamos, Hno. Josué.
Nació el 6 de agosto de 1951 en un pequeño pueblo llamado Zapoapa, cercano a San Juan Unión, en el estado de Guerrero. De origen campesino y de condición humilde, emigró a la ciudad de México a la edad de veinte años. Contrajo matrimonio con la Hna. Estela Reséndiz Valentín, con quien procreó ocho hijos: Abigaíl, David, Enriqueta, Magda, Daniel, Josué, Isaac y Anabel.
Los primeros años de su estancia en la ciudad no fueron fáciles. El desempleo y las carencias lo llevaron a refugiarse en el alcohol. Su vida personal, matrimonial y familiar fue quebrantada. Un día, sin saber cómo, llegó al templo central de la Iglesia Cristiana Interdenominacional (ICI) en la colonia Portales. Mientras escuchaba el himno: “Maestro se encrespan las aguas”, se dirigió al altar y allí, postrado a los pies del Señor, derramó su alma, confesó sus pecados y rindió su vida a Cristo. De ese altar se levantó un hombre transformado por el poder de Dios. ¡La esplendente gracia del Calvario operó el milagro de la salvación!
A partir de su conversión, el Hno. Josué sintió un deseo vehemente de regresar a los suyos y compartirles el mensaje de salvación. Si bien no predicó a grandes multitudes en campañas masivas, sí fue un ferviente evangelista. Latía en su corazón un fuego vivo por la salvación de las almas. Hasta el final de sus días recorrió los pueblos cercanos a San Juan Unión predicando y enseñando el Evangelio del reino. Como fruto de este trabajo, su familia y habitantes de Icatepec, Huahuaxtla, Zapoapa, Temazcalapa, Huiztac, Tecuiziapa, Campuzano y Ojo de Agua han rendido su vida a Cristo.
Estoy cierto que hoy cientos de personas conocen al Señor por el mensaje de este insigne siervo de Dios. Presentó el Evangelio al personal de su empresa, a los trabajadores de los restaurantes y hoteles a donde acudía con su familia, a presidentes municipales, a diputados, a profesores y cuerpo directivo de escuelas primarias y secundarias, al taxista, al alcohólico, al drogadicto, a la ama de casa, al hombre del campo y de la ciudad, a niños, jóvenes y ancianos. A muchos de ellos les acompañó el mensaje con Biblias, Nuevos Testamentos, evangelios, folletos evangelísticos, cassetes, CDs y videos. Su pasión por las almas le llevó a no escatimar recursos en el trabajo de evangelización. Su anhelo: que las personas conocieran a Jesucristo. Su recompensa: la salvación de sus almas.
Paralelamente a su trabajo evangelístico, el Hno. Josué Ocampo Monroy dispuso en su corazón construir casa al Señor. Fue así que el 1º de agosto de 1992 fue consagrado el hermoso templo Eben-ezer en San Juan Unión. Asimismo edificó casas y habitaciones para dar albergue a 250 pastores, ministras, alumnos de institutos y hermanos que asistieran a los retiros espirituales, congresos y seminarios que se realizaran en las instalaciones del templo. Hoy, es edificante ver cómo suben los habitantes de los pueblos cercanos para adorar a Dios en su santuario. Cada domingo, desde muy temprana hora, niños, adolescentes, jóvenes, mujeres, varones y ancianos entran en la presencia del Señor y todos, en un mismo sentir, alaban a Dios en espíritu y en verdad.
Siguiendo el modelo del divino Maestro, el Hno. Josué siempre trabajó el evangelismo según necesidades, es decir, presentó el mensaje espiritual, pero también atendió la necesidad material. Bajo ese esquema, ayudó a niños con problemas de desnutrición, a ancianos en extrema pobreza les construyó casa, contribuyó en el mejoramiento de la carretera de San Juan Unión, apoyó en el mantenimiento del kínder, primaria y secundaria del pueblo y su mano siempre estuvo extendida para ayudar al necesitado, al huérfano y a la viuda.
Aunado al trabajo evangelístico y a su labor social, el Hno. Josué también pastoreó la iglesia Eben-ezer y estuvo al frente de la Comisión General de Difusiones Interdenominacionales de la ICI. Allí Dios le concedió la bendición de compilar en audio y en video la memoria histórica de muchas actividades importantes de la vida de la Iglesia como reuniones de la Asamblea Numeraria, Congresos Generales, reuniones regionales y presbiterales, seminarios de capacitación y retiros espirituales. Hoy la videoteca de nuestra iglesia es un testimonio más de la obra trascendente que con visión y pasión llevó a cabo este gran hombre de Dios.
En razón de su cansancio físico y debido a la enfermedad que le acompañó hasta el final, ingresó al hospital el 21 de agosto por la tarde. Sesenta y siete días después, estando en casa con su esposa e hijos y, después de una lucha férrea por la vida, fue llamado por el Príncipe de los pastores a las mansiones celestes. Estoy cierto que al presentar sus gavillas llenas al Señor, escuchó de Él estas palabras: ¡Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor!
El 29 de octubre, día de su funeral, fue conmovedora la asistencia de los niños del kínder y de la primaria, así como el testimonio de diversos profesores que, con voz entrecortada, daban cuenta de la trascendencia de la obra espiritual, social y material del Hno. Josué. La iglesia Eben-ezer, pastores, ministras, hermanos de diferentes presbiterios, ancianos y habitantes de los pueblos cercanos nos dimos cita para despedir a este guerrero de Dios.
Sirva también este breve espacio para reconocer el trabajo, atenciones y ayuda ejemplares que el Hno. Josué recibió siempre de su esposa e hijos. Para todos ellos nuestro cariño, respeto y nuestras oraciones para que la semilla recibida siga sembrándose y dando fruto a treinta, sesenta y ciento por uno. A Dios, nuestra gratitud por el regalo que dio a su familia y a la iglesia en la persona de su siervo.
Así como el Señor Jesucristo dio testimonio de la obra de Juan el Bautista, de la viuda pobre y de la mujer que derramó sobre Su cabeza un vaso de alabastro de perfume de gran precio, así también, en Su nombre y para Su gloria, he dado testimonio de la obra de Dios en la vida del pastor, del evangelista, del maestro, del instructor, del esposo, del padre, del consejero y del amigo; pues sólo Dios hace que trasciendan en la tierra y en los cielos las obras de los hombres.
Querido hermano y estimado lector: El día que tú y yo seamos llamados por el Señor, ¿qué testimonio se dará de nosotros y de nuestras obras? Hoy te invito para que trabajemos arduamente y seamos fieles a Dios para que en aquel día escuchemos del Señor: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mt.25:34-36).
Hno. Jesús Ocampo Monroy, ¡está con Cristo!
* Pastor en la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org
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