Hago votos por el regreso de Diego Fernández de Cevallos a los suyos. Lo hice antes por el hijo de Alejandro Martí, Fernando; por la hija de Nelson Vargas, Silvia; por todos aquellos cuyos nombres no alcanzan para aparecer en las primeras planas de los periódicos o en los noticiarios televisivos y radiofónicos. Pido por el regreso de las víctimas del crimen abominable del secuestro, “desaparición” se dice en este caso.
Claro que entiendo la propuesta del Partido Verde: “pena de muerte a secuestradores”. Aunque no esté de acuerdo con ella, por razones que en estas páginas he comentado.
Nunca he tenido la oportunidad de trato con Diego, pero conozco algunas anécdotas de su vida que me proveen de una percepción diferente a la de críticos que cuestionan su éxito profesional. En ese asunto creo que como abogado ha utilizado, con habilidad, los recursos que la ley le permite.
Primero, me es grato que es licenciado en derecho, por la UNAM. Si bien sus estudios los inició en la Ibero. Se le recuerda, entre los impugnadores de la represión gubernamental contra los estudiantes, en el movimiento del 68. Legisladores panistas en tribuna, habían reprobado la violencia del régimen, pero fueron superados por la absoluta mayoría priísta lidereada por Luis M. Farías. Sin embargo, hubo un diputado de ese grupo parlamentario, Guillermo Morfín, michoacano, quien también en tribuna, reconociendo las palabras de los panistas dijo aquellos de “venceréis, pero no convenceréis”. La legislatura fue la XLVII.
Bueno, Fernández de Cevallos no era grato a los ojos del régimen. Había personas que se dedicaban a hostilizarlo. Entre éstas alguien que era del sindicato de trabajadores del entonces Departamento del Distrito Federal. Recuérdese que por aquellos años el presidente del comité ejecutivo nacional del PRI era Alfonso Martínez Domínguez, quien había sido secretario general de aquella organización gremial.
Uno de los que provocaban, en forma cotidiana a Diego, era miembro de ese sindicato. En algún momento el panista dejó de verlo y le preguntó por él a uno de sus correligionarios, Ramiro Peña Dueñas, quien me relató la historia. “Está muy enfermo, y muy mal porque no dispone de los recursos necesarios para atenderse”. Fernández de Cevallos le pidió “Que vaya a verme”. Lo ayudó.
Jesús Gama, mi compañero de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, tuvo la oportunidad de cierta cercanía quien fue diputado y senador. De éste dice: “es un hombre de derecha, sin duda, pero formado en los valores de una familia tradicional, de profundo sentimiento religioso, de trato muy educado, y capaz de semejantes gestos de solidaridad.
En alguna ocasión tuve oportunidad de asistir, en la Casa de la Cultura de Coyoacán, a la presentación de un libro que contenía cuatro entrevistas periodísticas a don Fernando Gutiérrez Barrios (“señor donde los haya”, dijo de él León García Soler). Recuerdo entre quienes comentaron la obra a Beatriz Pagés Rebollar, por cierto calificada candidata a presidir la Fundación Colosio, del PRI. En aquel evento estaba Diego Fernández de Cevallos. A la salida se le acercaron periodistas a entrevistarlo. Alguno le preguntó cómo era que estaba presente en un acto de un priísta que meses antes había dejado de ser secretario de Gobernación. “Porque don Fernando es mi amigo”, respondió. Respuesta contundente en un momento en el que se habían apartado de él algunos de sus sedicentes seguidores del “hombre leyenda” que dijera Carlos Salinas en Veracruz, en el comienzo de su campaña por la Presidencia de la República.
Habrá quien aprecie a Diego Fernández de Cevallos y quien no. Pero no podemos permitir que el crimen, organizado o no, se haga dueño de nuestras vidas.
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