«Si yo decidiera no iría en alianza con AN…”: Cuauhtémoc Cárdenas (La Razón 21 de octubre 2010).
Tampoco Andrés Manuel López Obrador caminaría por los complejos caminos electorales con semejante compañía. No opinan lo mismo Jesús Ortega, el número uno de los Chuchos, ni Marcelo Ebrard. Para éste, no aceptar semejante asociación en el Estado de México, es favorecer a Enrique Peña Nieto. En su afán de mantener a su partido en el poder local y en su aspiración a la candidatura a la Presidencia de la República.
Cada uno de los protagonistas tiene sus razones. Válidas a los ojos de sus seguidores y, sobre todo, válidas a los ojos del espejo. Si para el jefe de gobierno del DF lo prioritario es evitar triunfos del mexiquense antes que elevar a categoría superior al partido que lo llevó a su actual responsabilidad, está en lo correcto. Aunque ¿quién podría asegurarle éxito en sus propósitos?
Y digo “partido que lo llevó a la responsabilidad” porque éste no necesariamente es su partido. Desde la experiencia fallida del Partido del Centro Democrático, el PRD ha sido el vehículo en el cual se transporta por las rutas azarosas de la política. Igual que su jefe ¿o exjefe? Manuel Camacho Solís. No olvidemos que Ebrard inició su carrera en el servicio público, a sus órdenes, en los 80.
Camacho fue instrumento de Carlos Salinas de Gortari en el PRI y luego en su gobierno. Hasta el momento en que no logró la candidatura a la Presidencia. Ante la nominación de Luis Donaldo Colosio se revolvió como tlaconete en sal para sustituirlo. En cuanto pudo se zafó de la titularidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores para asumir el cargo, sin sueldo de la Federación, de mediador en el conflicto chiapaneco llamado “zapatista”.
Manuel Camacho, perredista desde la experiencia fallida del Partido del Centro Democrático, es hoy “coordinador” del Diálogo para la Reconstrucción de México (DIA), como tal, hacedor de candidaturas comunes, de coaliciones políticas y/o de alianzas electorales, y electoreras también. Se instituyó, desde la postulación del sonorense a la presidencia, en el más severo crítico del “dedazo” como método para la designación de candidatos a cargos de elección, en el partido que nunca fue el suyo, si la pertenencia se confirma en la militancia. Ahora se arroga el éxito de las oposiciones en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, cuando ex priistas triunfaron en las contiendas por las gubernaturas.
Manuel y Marcelo promueven la alianza con el PAN en la lucha por la gubernatura del Estado de México. Mientras, las organizaciones políticas que representan, o dicen representar, van, por la controversia constitucional, a la anulación de la reforma electoral en la entidad mexiquense, que no impide alianzas, pero elimina la figura de “candidaturas comunes”. La forma de alianza existe en la mayoría de los estados. Sin embargo, los inconformes, ante el riesgo de la derrota pugnan por una contrarreforma.
¿Y Andrés Manuel? El reiteradamente señalado como “un peligro para México”, por el presidente de todos los mexicanos, aún de quienes no votaron por él, se opone a una eventual alianza PAN-PRD en el Estado de México. Dijo AMLO: “El jefe de gobierno del Distrito Federal está en todo su derecho de pronunciarse a favor de una alianza, pero yo ya fijé mi postura al respecto y esa es una traición a los principios de la izquierda” (Milenio oct. 17 2010).
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