Se cumplieron 205 años del nacimiento de Benito Juárez, la figura señera de una generación irrepetida. Acaso irrepetible. Una generación de hombres y de mujeres dispuestos y dispuestas al más grande de los sacrificios al servicio de la Patria.
¿Patria? ¿Qué es la Patria? ¿Lo sabrán todos cuantos deben saberlo? Tantos lo ignoran. La traicionan. Anteponen sus intereses a los todos.
Patria, la propia sangre. Patria, nuestros padres y demás antepasados. Patria, los hijos en quienes nos recreamos, en quienes vivimos y viviremos. Patria, esperanza de mejor ser, de mejor estar, de mejor hacer; mejor vivir, mejor morir.
Patria simbolizada en una bandera, en un escudo, en un himno que nos representan y nos hacen presentes donde nuestros pies se planten.
Sí, entre Juárez y hombres y mujeres de su tiempo había discrepancias. El liberalismo mexicano no es, no fue, uno solo. Había concepciones en ocasiones diferentes sobre lo que el Estado era. Lo que debía ser. Pero se alcanzaron acuerdos. Fueron plasmados en las Leyes de Reforma y en la Constitución de 1857.
Con Juárez se alcanza la real independencia de México. Antes, la libertad pretendidamente lograda a la separación del imperio, era una entelequia. La sujeción del espíritu por el poder hegemónico de su tiempo se materializaba en múltiples candados que impedían el hacer pleno de la sociedad.
Juárez y su generación lograron acuerdos con los que comienza la modernización de México. Acuerdos como los de entonces se reclaman hoy para incorporar a nuestro país al mundo desarrollado.
Por eso son dignas de tomarse en cuenta las palabras de Jorge Carlos Ramírez Marín, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, en la celebración del nacimiento del patricio. Urgió a reconciliar a México más allá de intereses partidistas, abandonando posiciones maniqueas y reduccionistas para dar paso a una idea en la que efectivamente puedan caber y competir, ahora sí todas las visiones. Dijo:
“Repensar y reconciliar a México pasa por resolver las disputas entre entes privados, la desconfianza entre los partidos políticos, el escepticismo ciudadano y la incertidumbre ante un Estado de Derecho vulnerado. Todavía somos capaces de tener instituciones, de construir juntos su rumbo, de llegar a acuerdos, de replantear el futuro, de repensar y reconciliar México hoy, no para el 2012, sino con una visión de México en el 2050; no de una visión excluyente de partidos políticos, sino desde la visión de ciudadanos, todos con derechos y aspiraciones.
“Más que nunca necesitamos sacar a la República de sus vacilaciones y restaurarla. Como en aquellos momentos críticos, la respuesta vino de la unidad de quienes creían en la República. En estos tiempos no debemos sacar a Juárez del sepulcro y relanzarlo, sino revisar si en el país que somos hemos desterrado los dogmas, hemos eliminado los privilegios, hemos abolido cualquier tipo de casta; si los mexicanos marchamos iguales frente a la ley, si la cumplimos y respetamos para lograr nuestra armonía social y nuestra coexistencia pacífica.
“¿Cómo y en qué calidad queremos participar en el concierto internacional? ¿Cómo conservamos recursos naturales mientras aseguramos el progreso? ¿Con qué programas y con qué leyes aseguramos que los mexicanos, en su diversidad, alcancen la igualdad de oportunidades en el desarrollo y, por ende, su felicidad? En la división, en la confrontación no prosperará una nación para todos. En la idea de triunfar aniquilando a los adversarios o manteniendo privilegios sobre los demás no alcanzaremos este concepto superior de Patria para todos”.
El mensaje es claro. Es tiempo de asumir la responsabilidad de elegir el rumbo.
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