¡Jerusalén, Jerusalén. Que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡ Cuántas veces, quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos, y no quisiste! Mateo 23: 37
Esta es la lamentación del Hijo del Hombre al mirar desde la ladera del Monte de los Olivos a la ciudad de Jerusalén. Ese lamento se tornó en llanto, porque en el año 70 de la era cristiana se cumpliría esa lamentación. Jerusalén fue destruida por los ejércitos de Tito, el hijo de Vespasiano. En mucho Jerusalén se asemeja a nuestra propia alma, medite usted en esta Semana Santa, en este día en que seguramente se encontrará en la quietud de su hogar. A esa ciudad, siempre Dios envió sus profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y todos los llamados profetas menores, más otros que siempre predicaron en contra de la ciudad. Igualmente Dios ha enviado sus mensajeros a nuestra alma. Sucesivamente y como tonos de voz incomparable, muchas veces nuestra alma ha sido asaltada por diversos mensajeros. También ondas de luz han llegado en forma de pensamientos muy frecuentemente a nuestra alma. ¿Qué hemos hecho con esos mensajeros? Los habremos apedreado como lo hicieron los habitantes de Jerusalén? ¿habremos dado muerte a los mensajeros que Dios ha enviado a nuestra alma?
Es tan fuerte el bullicio del Siglo XXI, que no podemos escuchar los mensajes a nuestra alma, doquier se levanta no sólo el ruido sino también el escándalo perverso que ahoga nuestros pensamientos en una lucha ruda por la supervivencia diaria. Nuestro batallar en el empleo, la falta de oportunidades para entregar a nuestros jóvenes y niños un futuro mejor. Posiblemente todo esto acalla a los mensajeros de nuestra conciencia y nuestra alma permanece sin poder escuchar la Palabra que salva. Le pido que haga un pequeño alto en su camino y escuche, Dios lleno de amor volverá a hacer el esfuerzo por llamarle, dice: ¡Oh, alma cuántas veces quise reunir a tus hijos bajo mis alas, como el ave reúne a sus polluelos! ¡Pero tu no quisiste! Si el alma es como Jerusalén, vendrá el tiempo en que el alma será castigada, por tanto, alma vacía, alma sorda, alma arruinada escucha aun el desierto puede florecer, la muerte puede retroceder y respetar las almas de los resurrectos. Alma da un grito y despierta, alma clama, da un grito: ¡bendito sea el que viene en el nombre del Señor! tu mensajero de felicidad y salvación, y Dios que quiere salvar a tu clamor oirá y enviará un nuevo mensajero y tu alma lo recibirás.
Aarón Cortes Hernández es Pastor General de la
Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R.
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