Opinión

¿Negligencia médica?

El fallecimiento, lamentable, del director del ISSSTE, Sebastián Lerdo de Tejada, a edad relativamente temprana, es atribuido a “negligencia médica”. Desde mi perspectiva no hay tal. Ocurrió, sí, una falla en su traslado desde su ingreso con destino al área de atención requerida, dada su condición de víctima de infarto.

La camilla en la que era llevado sufrió un desperfecto en una rueda. El personal que la operaba trató de arreglarlo. Se perdieron los segundos que, tal vez, con atención adecuada el director de la institución hubiera superado el accidente cardiaco. Tal vez, sólo tal vez.

El proceso de atención paciente-médico-paciente conlleva gestiones que dependen de las características de su padecimiento. Sea en un consultorio, en visita domiciliaria, en lugar público, en clínica, en hospital de primer nivel o especializado. No es lo mismo atender a una persona que sufre una enfermedad estacionaria que a otra con afección crónico-degenerativa; a un recién nacido, a un infante o a una persona de tercera edad; a la víctima de un accidente cerebro-vascular que a la de un evento traumático.

La atención en un hospital de las características del Adolfo López Mateos es superior, según constancia de innumerables pacientes allí atendidos. El personal médico, paramédico, técnico, administrativo, de intendencia, es altamente capacitado. Acaso instalaciones y equipamiento pudieran adolecer problemas. Deberán resolverse mediante inversiones suficientes y oportunas. Allí es donde reside parte de sus problemas.

En el caso que nos ocupa se dañó una rueda de la camilla en la cual era llevado el paciente al área de atención. Obvio, mantenimiento deficiente en equipo. Otras veces será insuficiencia del mismo equipo.

Permítaseme referir una experiencia personal. Una madrugada ingresé, por urgencias, al nosocomio. Sufría el mayor dolor abdominal que haya padecido; muy superior a los que había experimentado por gota y por afectación vesicular. En cada uno de esos casos suponía que no había dolor superior.

Tan pronto como llegué a recepción fui llevado en silla de ruedas al área de atención. Análisis de laboratorio, ultrasonido, placas radiográficas, sustentaron el diagnóstico emitido por una doctora de muy amable trato: es pancreatitis. Mi expresión le motivó una pregunta ¿No tiene miedo? No, estoy preparado para lo que sea. En lo personal lo estoy para mi muerte (hasta 6 de cada 10 pacientes de esa afección mueren). No lo estoy para sufrir la pérdida de personas que amo.

Pasé más de 24 horas en urgencias, en camilla, antes de que me pudieran subir a piso. No había camas disponibles. Insuficiencia de recursos. Pero la atención no acusó fallas, el personal en mi atención cumplió cabalmente los protocolos establecidos.

El seguimiento a mi afección lo hizo un equipo de residentes dirigidos por la muy calificada gastroenteróloga Gloria García Samper, de mi mayor aprecio. Entre ellos presentes dos jóvenes de mi afectuoso recuerdo, uno de apellido Payán y otro de nombre Eumir. Les estaré siempre agradecido.

Accidentes, incidentes hospitalarios, los hay en cuantos sean, del mundo. Difícilmente se encontraría uno donde no hubieran ocurrido. Deben superarse. Es un proceso continuo. Mientras tanto ténganse presentes los casos en los que muchos, y más que muchos, han salvado la vida en ellos y por ellos.

La medicina social en México es una de las grandes conquistas de nuestros movimientos revolucionarios.

Acerca de Hector Villar Barranca

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