El diccionario de la Real Academia dice que ramplón significa: Vulgar, chabacano. Ordinario, falto de originalidad. Es un vocablo muy contundente. Es ser nada. Y en ese terreno ha caído el periodismo, los periodistas se esmeran en preguntar ramplonerías. ¿De cuánto es el salario mínimo? ¿Cuánto cuesta el kilo de carne? Y de las respuestas titubeantes se hace una cadena de chascarrillos y se acompaña de ironía contra la persona que confusa da respuesta insulsa. Los políticos, con trayectoria de cargos públicos de alto nivel se suman a la moda frívola; del discurso público hacen oratoria circense. “Son el hazme reír”; a costa de alguien. Quieren nombres, podemos citar a los políticos; también hay que dar los nombre es de periodistas; hacerlo es dar espacio e importancia a lo intrascendente.
El frivolismo existe en torno a las campañas electorales para elegir el futuro Presidente de México. Esto, elegir, al futuro mandatario debe tener el trato y la dimensión del valor que conlleva de futuro para el país. Pero todo tiene espacio y tiempo. La política es tema de carpa. La crítica es espacio de ciudadanos. Los intelectuales, como literatos, analistas, son recibidos como luz que ilumina. Pero cuando los escritores compiten por ver quién pronuncia el descalificativo más cómico, más irónico o terrible descalificativo. Gritar sin razonamiento “Ese no debe ser Presidente”, volteando a las galerías para jactarse de la risa provocada; burdo y absurdo. Al final los intelectuales aparecen en los pasillos de Palacio. Basta de periodismo ramplón.
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