El Metro es la columna vertebral de la movilidad en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Es la mejor manera de transportarse por la macrourbe.
Cada día, millones de usuarios lo utilizan para viajar a sus centros de trabajo, a reuniones, visitas familiares, ir de paseo, compras o sólo para conocer la capital del país.
Desde siempre lo he usado. Aún con sus naturales incomodidades en las horas pico, es la mejor alternativa para moverse en la ciudad.
El pasado martes 11 de este mes, regresaba de mi trabajo. Me acompañaba mi esposa, quien enfrenta un problema de salud que aún no le impide salir de casa.
En la Estación terminal Martín Carrera de la Línea 4, que corre de este lugar hasta Santa Anita, ella tuvo un pequeño percance: no alcanzó a salir por completo del vagón en el que viajábamos cuando, inesperadamente, se cerró la puerta. Algunos usuarios estaban aún dentro del vagón.
Considero que fue una de las varias fallas que enfrentan los trenes por sus muchos años de trabajo y el desgaste natural.
Eran pocos minutos para las 19:00 horas. Entre los usuarios viajaba un oficial del Servicio de Seguridad del Metro, quien, con prontitud, ayudó a abrir la puerta para que mi esposa pudiera salir.
El impacto que recibió ella, a la altura del hombro izquierdo y el omóplato no fue tan grave, aunque sí lo suficientemente fuerte que le hizo llorar de dolor.
El mismo oficial me ofreció llevar a mi esposa al servicio médico que tiene el Metro en esta estación. Le agradecí, porque en esta ciudad con tintes deshumanizante, no es común hallar un servidor público con ese gesto de nobleza.
En el servicio médico él mismo realizó los trámites usuales para que un médico la revisara.
Mientras llegaba el doctor, un paramédico le realizó las primeras revisiones. “No tiene nada, salvo el golpe, que no es de gravedad, pero hay que esperar al médico para que la cheque bien”, me dijo.
Unos 20 minutos más tarde, el efecto, llegó la doctora, quien la volvió a revisar en forma minuciosa y me confirmó lo que el paramédico me había adelantado: el golpe no era de gravedad.
Le consulté sobre las posibilidades de darle algún analgésico, en caso necesario para calmar los dolores del golpe, o algún té para controlar su natural susto pues por su problema de salud es bastante sensible.
“Podría hacer hacerlo, aunque no es tan necesario”, me contestó la doctora.
El oficial todavía nos acompañó un tramo en el trayecto que une a esta Línea del Metro con la 6, que corre de Martín Carrera al Rosario y que es nuestro recorrido normal de lunes a viernes, por si se ofrecía algo, comentó.
Le agradecí toda su gentileza. Al igual a quienes nos atendieron.
Al día siguiente, nuestra enfermera de cabecera, Esther, me confirmó la levedad del problema; dos días, más tarde, en su visita al servicio ordinario de salud en el ISSSTE, la doctora me lo volvió a confirmar.
Esto es sólo una pincelada de humanismo en una ciudad donde los avatares son cotidiano. Mi reconocimiento a todo el personal de ese servicio del Metro.
Nobleza obliga.
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