Opinión

San Agustín, obispo de Hipona (II)

El colegio apostólico, es singular; San Pablo es colosal; San Juan con sus matices brillantes de amor es totalmente fuera de lo común. Sus ribetes apocalípticos siguen deslumbrando en el campo de la literatura, pero San Agustín, después de su experiencia evangélica, se transformó en un predicador evangélico de primer orden. Si alguien entre los evangélicos conoce lo que significa “gracia” es Agustín.

Si alguien comprende lo que significa Cristo, tanto en la vida como en la experiencia es él, todo esto sin embargo empezó a partir de su experiencia narrada en la primera parte de esta colaboración.

“Tarde os amé, Dios mío” expresara “hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé: Vos estabais dentro de mi alma, y yo fuera de mi y distraído en las cosas exteriores, corría desalado en pos de esas bellezas caduca, obra y sombra de nuestra soberana hermosura, a la vez que con mis desórdenes destruía la belleza de mi alma. De lo que infiero que Vos estabáis conmigo, y yo no estaba con vos, y me alejaba y tenia apartado de vos aquellas mismas cosas que o tuvieran ser si no estuvieran en vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mi sordera. Brilló tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyentó mi ceguedad. Hicisteis que llegase hasta mí vuestra fragancia, y tomando aliento respire con ella, y suspiro y anhelo ya por vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis, y me encendí en deseos de abrazaros, de poseer vuestra paz”

¡Por favor no me digan que quien así habla, desconoce a Dios!

Por eso Agustín fue un gran predicador, porque conocía a Dios personalmente. Eso es lo que cuenta.

No sólo Agustín fue predicador, también un gran teólogo ¿qué fue más grande el teólogo o el predicador?

Cada quien puede tener su opinión, pero antes que los reformadores, él habló de la soberanía y la gracia de Dios.

Toda una era llenó San Agustín, sus obras teológicas y apologéticas son material de primer orden hasta nuestros días, pero su predicación, cuando murió Agustín, murió el tiempo de los grandes predicadores, que sólo se volvieron a apreciar en la prereforma.

¿Qué podemos decir respecto a este gran hombre de Dios?

Que la experiencia evangélica es indispensable para empezar a conocer a Dios.

El cristianismo es una fe y una experiencia. Si carecemos de ambas no podemos ser cristianos. La fe es el fruto de ajustar nuestra conducta a los principios evangélicos, revelados en la Palabra de Dios.

El que tiene estas cosas es feliz en toda la expresión de la palabra, y esto no es fanatismo ciego, porque sabemos en quien hemos creído.

Lo fundamental para la vida y la muerte, es tener la fe y la experiencia evangélica.

Si usted se considera un intelectual, o un libre pensador, creo que un buen parámetro para medir una fe razonable es considerar la experiencia evangélica de San Agustín, obispo de Hipona.

*Pastor General de La Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org

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