Algún día, un sacerdote de los Misioneros del Espíritu Santo, en la iglesia de El Altillo, en homilía, hizo referencia a falta de vocaciones. Pero, agregó, acaso el Espíritu Santo nos ilumine y permita la existencia en el ministerio a hombres casados; más allá, qué si permite a mujeres en la misión. Acaso nos llegue inspiración similar a la de Martín Lutero por un sentido de cambio. Para ser mejores. Sorprendido, al término de la misa, me acerqué a él. Le hablé de mi formación católica. En mi infancia, en mi adolescencia, dije, aprendí que Lutero era nuestro “enemigo”. El sacerdote me respondió con cierta conmiseración: “Está usted atrasado, hermano, el respeto al iniciador del protestantismo ha sido manifestado por su Santidad Juan Pablo II. Aún vivía.
Hoy, propósitos de cambio llegan al catolicismo. Su Santidad, Francisco, alienta un movimiento de transformación claramente perceptible pero, igualmente, convoca a una reacción contraria por parte de una jerarquía conservadora negada a asumir nuevas formas de comportamiento social, y religioso, en el mundo. Representa a un clero conservador, particularmente europeo, más identificado con los rumbos de Juan Pablo segundo y de Benedicto XVI que con los del Papa argentino formado entre los jesuitas. De indiscutible avanzada. En sus propuestas y sus propósitos ha sido congruente. Lo sucedido en el sínodo, sobre la familia, recientemente concluido, en su primera parte (la siguiente habrá de celebrarse en 2015), es una clara muestra del espíritu piadoso de su Santidad, piedad cristiana, hacia quienes, dentro de la iglesia misma, son diferentes; asumen rumbos diversos, pero se mantienen en un sentimiento religioso que debiera motivar respeto por parte de la comunidad a la cual pertenecen.
A tiempo de que Francisco repudia, castiga, a transgresores de las leyes canónicas y civiles, los pone en manos de la justicia del Estado, propone mantener abiertas las puertas de la iglesia para quienes tienen formas de comportamiento que contravienen usos y costumbres tradicionales. Son formas no aceptadas por comunidades aún mayoritarias.
A la elección del cónclave que recayó en el arzobispo argentino Jorge Bergoglio se supuso que habría formas de actuación diferentes a las de sus antecesores, Karol Wojtyla, polaco, y Joseph Ratzinger, alemán. Así ha sido, uno más conservador que otro. O acaso uno tanto como el otro. Sin embargo, me parece que Benedicto XVI lo era en mayor medida. Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ocasión hubo en que enmendó palabras de Juan Pablo segundo. Éste había dicho que para llegar a Dios hay diferentes caminos. Ratzinguer replicó: para llegar a Dios sólo hay un camino.
Las propuestas de su Santidad Francisco responden a una realidad que cambia día con día, merced al avance de la ciencia, de la tecnología, de las formas de comunicación, a la conducta social; reconózcase, por ejemplo, la capacidad de influencia de las redes en el comportamiento de las comunidades, y en el de la aldea global, diría Marshall McLuhan. Constituyen una respuesta en la que su Santidad finca la esperanza de una iglesia unida, vigente, para hacer frente a los retos del mal. Un mal que existe, acéptese o no. Lo encontramos en el vivir del día con día. En Ayotzinapa o en Palestina; en Tlatlaya o en Irak; en Ottawa o en Siria; en Nueva York o en Montreal; en las calles de la ciudad de México, en las fosas clandestinas de Iguala.
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