«Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas».
El día primero de diciembre, del presente año, empezó una nueva época. Ciudadano Enrique Peña Nieto, asume el Poder Ejecutivo de la Nación. Los últimos años todos hemos sido testigos de muchos fenómenos sociales y políticos. En los profundos abismos que se han abierto para hacer sucumbir a nuestra patria, quedan peligros soterrados amenazantes y dispuestos a volver a aparecer. No tememos sino una cosa: que los mexicanos no aprendamos de nuestros errores y que le apostemos a la anarquía. Por el contrario vemos con esperanza una nueva época. Hay anhelos para una patria fuerte, pero hay señales objetivas también que corroboran un mañana diferente, en paz y prosperidad. La clase intelectual acostumbrada a calumniar la existencia del poder y de los poderosos como origen de todos los males; propondrán medidas y formularán planes para una relativa mejora económica y social.
Otros nos hablarán que existe un grupo de corruptos, ambiciosos y que son ellos y sólo ellos los que no permitirán el progreso nacional.
Dejemos que la Providencia guíe los pasos de nuestros gobernantes, pero consideremos lo siguiente: es sin duda motivo de preocupación que tenga que haber poder, pero más aún, que el poder sea algo sagrado. Muchos no lo entienden, porque ese poder que viene de Dios, nos convierte también en demonios o en pequeñas y grandes plagas para los hombres. La filosofía de la sospecha, o como dicen algunos “el sospechosismo” ha destruido la confianza. Una parte de las anteriores campañas buscaron el aniquilamiento del buen nombre y la buena fama del poder. Ciertamente cuando se usa el poder que viene de Dios para humillar a los hombres, para quebrantarlos, someterlos y ensuciarlos. Esto es profanación del hombre hecho a la imagen y la semejanza divina, pero sobre todo es profanación del poder mismo y del hombre que este en el cargo.
Termino tratando de recordar una novela de Dietrich Bonhoeffer, aquel pastor luterano que Hitler ahorcó. Escribió: En una iglesia pueblerina, en un edificio antiguo, había tres campanas. La primera era una campana de tonos cálidos que recordaba diariamente a los pobres y atemorizados campesinos la Misericordia divina. Cuando los hombres escudándose en la Misericordia se hicieron pecadores, se hizo necesario instalar otra campana de tonos claros y estrictos, fue la campana de la Justicia, pero después se instaló otra campana que fue la campana de la Paz. Y el pueblo lloró de alegría porque Misericordia, Justicia y Paz, es una bendición para el País.
Esperamos una nueva época de Misericordia, Justicia y Paz para México. Felicidades señor Presidente, toque usted las tres campanas el pueblo se lo agradecerá.
Nuestras humildes oraciones serán para México y que Dios bendiga a su Presidente.
Aarón Cortés Hernández es Pastor General de la
Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R ser@iciar.org
Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R ser@iciar.org
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