Tuvieron suerte los dueños del Bar Bar que en 25 años de funcionamiento no hubiesen padecido un escándalo mayúsculo o una desgracia como la sufrida por el futbolista paraguayo Salvador Cabañas. Y autoridades capitalinas no hicieran verificaciones a ese antro en cinco años. ¿Para qué? –han de preguntar.
A esa guarida le dio categoría de club privado el gobierno capitalino, lo cual permitió a los dueños que se reservaran el derecho de admisión y sólo entraran los elegidos por ellos.
En esas condiciones sólo podían divertirse en el Bar Bar artistas de bajo nivel, futbolistas, prostitutas, drogadictos y gentuza del hampa identificada con regenteadores. Incluso eran servidas bebidas adulteradas a clientes eventuales.
Ni los delegados de Alvaro Obregón, ni autoridades antinarcóticos, ninguna, se daban por enteradas de cómo operaba el antro en Insurgentes Sur, prototipo de caos y desorden. Con todos había arreglos en estos tiempos de abrumadora corrupción.
¿Acaso no sabían el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y el delegado recién nombrado, Eduardo Santillán, que ese tugurio era operado todos los días, sin límites de horarios? ¿O por guapos se permitía a los propietarios del santuario de la degradación que funcionara a puertas cerradas, en calidad de intocable?
Deben ser cientos, miles de lugares en el Distrito Federal, donde a jóvenes y “deportistas” se les envenena. De los delegados se sabe que integran a equipos de inspectores, en su mayoría con pinta de malvivientes y son enviados a visitar cabarets, cantinas, table dances, casas de masajes y toda clase de lupanares, para cobrar las cuotas.
En puestos de mando, los secretarios jurídicos reciben los montos recabados y envían para arriba cuanto tengan que enviar. Que lo diga si no el “señor de las ligas”, mandamás en varias delegaciones.
Por supuesto, artistas, futbolistas, prostis y en general la gente “del ambiente”, están en su derecho de divertirse como quieran y donde quieran.
Uno que más quisiera, que una estrella del futbol cuidara su salud, su condición física y rindiera lo máximo en cada actuación. Pero es como soñar despierto, en la actual era de Sodoma y Gomorra.
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