Xenofobia: “odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”, define el diccionario de la Real Academia Española. Podría hacerse extensivo el sentimiento a una actitud de tal cariz de lugareños que se sienten invadidos por personas de fuera. Extranjeros o no. Basta con que vengan de otro lugar para que ocurra. Ejemplos los tenemos, por desgracia en nuestra patria.
Pasado algún tiempo el que llegó se asimila, o es asimilado, y asume formas de comportamiento de la comunidad. De no ser así, regresa a su lugar de origen. O camina hacia territorios más cosmopolitas.
Fenómenos de esta naturaleza (xenofóbicos), podemos encontrarlos en ocasión del arribo de grupos significativos a una ciudad o pueblo al establecerse en ellos nuevas empresas. O cuando se construyen grandes obras que reclaman participación de trabajadores que poseen conocimientos y habilidades que no tienen los nativos. Piénsese en el caso de las presas. O en procesos de desconcentración administrativa que lleva oficinas, a entidades del gobierno federal, a estados de la República. Qué decir de trabajadores petroleros instalados donde yacimientos de petróleo los reclama.
El tema no es de ahora. Si bien cobra relevancia por acontecimientos como el de Francia por el ataque a las oficinas de Charlie Hebdo.
Que el crimen haya sido perpetrado por un grupo étnico religioso identificado, exacerba un sentimiento de repudio no sólo contra los actores de los hechos, sino de la comunidad de la cual forman parte. En el país galo alcanza una población numerosa.
La xenofobia es sentimiento antiguo. Está en la historia de la evolución del hombre. Por xenofobia Isabel la Católica expulsó a los judíos de España en el siglo XV. Junto con los árabes mucho aportaron en ciencia, cultura, economía a la nación ibérica. La salida de éstos cambió la historia del mundo. Cambió vida y destino de la humanidad.
Hoy de los países que un día fueron colonias, por falta de oportunidades, inequidad, pobreza, cientos de miles, millones, dejan sus hogares. Se lanzan allende mares y fronteras en busca de formas de vivir con dignidad. Van a países que un día fueron imperios que por la exacción construyeron las potencias económicas que ahora son. Españoles, portugueses, franceses, ingleses, alemanes, italianos, en el caso de Europa, albergan una creciente población islámica a la cual temen por cuestiones demográficas y también por el sentimiento fundamentalista que algunos de ella sustentan, sentimiento que la cultura occidental no puede aceptar.
Entre fundamentalistas es que aquellos países, Estados Unidos agregado, identifican a quienes violentan sus formas de vida. Los atentados de Atocha, de Londres, ahora de Paris, el de Nueva York, sirven de pretexto para dar justificación a grupos que repudian a quienes vienen de fuera: latinoamericanos, árabes, asiáticos, africanos. Característica común de tales pueblos, algún día fueron colonias (formales o no) de los que ahora claman por un cierre de puertas a quienes llegan. A través de 3000 kilómetros de frontera (México Estados Unidos), o por las aguas del Mediterráneo.
Ah. Recuerdo una pinta de los años 60 en muros franceses: “Estamos aquí, porque ustedes estuvieron allá”.
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