Era un joven de 18 años, casi analfabeto, se ganaba la vida como leñador en los bosques de Illinois, en los Estados Unidos; su tiempo transcurría entre el hacha y la sierra, derribando árboles para ganar su sustento.
Un día un pensamiento cruzó su mente y se volvió anhelo, esos deseos que cuando anidan en el alma, son como fuego. ¡Quería conocer el mar! A partir de entonces su trabajo se volvió más arduo por propósito del ahorro para conocer el mar.
Unos cuantos años fueron suficientes y antes de cumplir los veintiún años, llegó a Nueva Orleáns. Lo primero que llamó su atención fue una multitud y los gritos de los vendedores del mercado de esclavos. En ese ambiente cargado de tragedia el aire le pareció pesado. De pronto una familia llamó su atención, el padre regateaba el precio de un bebé negro que estaba en los brazos de su madre, quien instintivamente lo apretujaba contra sí. Una pequeña de esa familia blanca pedía a su padre comprara el bebito para jugar con el. El mercader de la ignominia, elevaba el precio hasta lo más alto. No lo quería vender, pero su negativa no era por misericordia sino por pretender obtener el mejor precio. Por fin el acuerdo se dio y vino la parte más inhumana de esta historia que ha sido y será por siempre la vergüenza de la humanidad. El bebé ya era propiedad de la niña blanca que lo quería para jugar. Arrancarlo de los brazos de su madre fue otra cosa, se necesitaron cuatro hombres para quitarlo de sus brazos y al hacerlo un grito como de fiera salió de su garganta mientras se desmayaba de dolor.
Esta escena fue impactante para el joven leñador quien se retiró a un lugar desierto. Dobló sus rodillas y clamó: “!Dios, yo no soy nada, pero si tu me ayudas!”
Ese joven en la presencia de Dios prometió cambiar la injusticia de la historia y vaya que lo hizo. Su nombre Abraham Lincoln, el Presidente que abolió la esclavitud.
El hombre de este siglo XXI ha sido descrito por algunos como el hombre sin vocación. En los países árabes, los levantamientos son saludados por millones de personas que han vivido esperando los cambios que hagan su vida mas llevadera.
Nosotros los cristianos sabemos que Jesucristo es la única esperanza para la humanidad. Vislumbramos por ello nuevas oportunidades para nuestra patria, pero sabemos que estas no vendrán en automático. Es necesario redoblar esfuerzos; los cristianos estamos trabajando en este país para que la esperanza no sea alarmante desilusión. Estamos mirando que una nueva oportunidad se presenta y no la vamos a desaprovechar.
La iglesia evangélica en México tiene un mensaje más allá de llamar a la gente a ser honrada, sobria y trabajadora. Creemos que debemos pedir a Dios su ayuda en favor de los que nos gobiernan y nos gobernarán. Todos los cristianos somos seres libres y entre nosotros no existe por ejemplo un voto corporativo, mucho menos tenemos un líder que nos represente, estas cosas pertenecen a un pasado que nada tiene que ver con nosotros. Creemos en el trabajo, pero no sólo en aquel que nos proporciona el sustento propio y para los nuestros, creemos en ese trabajo que eleva la dignidad humana y enaltece a la familia, en donde Dios está presenta para guiarnos y bendecirnos. Por ello es fácil advertir el porqué los cristianos repudiamos el trabajo ilícito, sea cualquiera y como se llame. Pero también reprobamos la corrupción y el lucro a costa de los más necesitados.
Estas líneas sólo tienen un propósito, llamar a las conciencias de nuestros lectores a fin de que terminada una contienda electoral, pidamos a Dios nos ayude a que México cambie para bien, con su ayuda la violencia cesará, la riqueza no se nos irá como agua entre las manos y seremos ciudadanos satisfechos de vivir en esta gran nación. Diga usted a Dios: “yo no soy nada pero si tu me ayudas, esto cambiará. El Señor nos bendiga.
Pastor General de la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org
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