La desaparición de los lagos y de la cubierta vegetal, así como la urbanización intensiva de la cuenca de México, han ocasionado cambios en el clima de la ciudad, lo que se manifiesta principalmente en un aumento en la temperatura y en la intensidad de las lluvias.
Aunque a principios del siglo pasado quedaban algunos vestigios de los lagos de Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco, durante la primera mitad de esa centuria terminaron por drenarlos, y los canales que llegaban al centro de la urbe desaparecieron, refirió Elda Luyando López, del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Después comenzó una urbanización intensiva, con lo cual se perdieron partes importantes de la cubierta vegetal. Todo ello contribuyó a que el clima se hiciera más seco, porque los cuerpos de agua, plantas y árboles proporcionaban humedad al ambiente.
Aunque la urbanización en la zona oriente empezó hace décadas, a partir de los años 50 el incremento poblacional fue explosivo y la metrópoli, en general, creció de forma desordenada, sin control en la calidad de las construcciones ni en la protección de las áreas verdes.
Aunque la ciudad sigue teniendo un clima templado, la temperatura mínima, sobre todo, ha aumentado como consecuencia de esta urbanización intensiva. La época lluviosa sigue ocurriendo en verano, pero la forma en cómo precipita ha tenido modificaciones, explicó.
Dijo que al estudiar gráficas de algunas estaciones meteorológicas de principios del siglo pasado, observamos un incremento en las precipitaciones anuales; en otras gráficas, se conservan iguales, y casi en ninguna se observa que hayan disminuido.
La cantidad que precipita no ha cambiado (800 milímetros al año en el suroeste; 400 en el noreste, aproximadamente) si la comparamos con otras épocas. El problema es la forma en cómo llueve ahora: se presentan dos tormentas durante la tarde, una más fuerte que la otra; o lluvias intensas, pero breves; estas últimas son consecuencia del crecimiento desmedido de la superficie urbana y de la destrucción de las áreas verdes, subrayó.
Ernesto Jáuregui, primer investigador en estudiar de manera exhaustiva el clima de la Ciudad de México, vio que al absorber más radiación la urbe aporta este calor al ambiente durante la tarde y hace que en las nubes de verano aumente la turbulencia en su interior y que la lluvia precipite con mayor fuerza, refirió Luyando López.
Las consecuencias de estas precipitaciones breves y muy intensas, acompañadas de violentas rachas de viento, son encharcamientos, inundaciones, problemas con el tránsito vehicular y cortes de energía eléctrica.
“La turbulencia que se presenta antes es muy característica. Sabemos que va a empezar a llover cuando sopla un viento muy fuerte que arrastra basura y polvo de las calles, que puede llegar a tirar árboles, cables de electricidad e incluso anuncios espectaculares”, señaló.
En muchas zonas el drenaje es insuficiente, y a ello se agrega la basura que arrojamos a la calle y que tapa las coladeras; en consecuencia, los charcos e inundaciones son más graves.
Alertó que “en el momento que se deje de dar mantenimiento –no se echen a andar las bombas del sistema de drenaje ni se abran y cierren compuertas– vendrá el caos debido a las inundaciones, porque se nos olvida que esta ciudad está construida sobre una cuenca, en lo que fue un lago, y que el agua tiende a buscar su lecho”.
Los registros en años recientes de las temperaturas máximas indican que aún no se sobrepasa cierto umbral, es decir, no se padece más calor por tener temperaturas más altas; sin embargo, éstas ahora son más frecuentes.
Si hace algunos años teníamos hasta 31 grados dos o tres días al año, ahora podemos tenerlos hasta 10 días seguidos, aunque todavía no es un patrón. Eso nos afecta porque no estamos acostumbrados, resaltó la universitaria.
Además, el cemento y el asfalto absorben la radiación solar durante el día, y aunque por la noche se disipa, la pérdida de calor, que es más lenta en el centro que en la periferia, en ocasiones puede llegar a una diferencia de hasta nueve grados centígrados, fenómeno que se conoce como «isla de calor”, explicó.
Estos fenómenos térmicos “son más comunes en época de secas, principalmente en invierno y primavera, cuando los cielos están despejados. Ahora bien, la mayor diferencia en las temperaturas entre el centro de las zonas urbana y rural ocurre entre las seis y ocho de la mañana”, dijo la académica.
El proceso de disipación de calor en el centro de la ciudad es más lento debido a los “cañones urbanos”, formados por las calles con edificios altos, donde aquél va de una pared a otra antes de disiparse.
En temporada de lluvias las islas de calor intensas desaparecen porque las precipitaciones permiten que las temperaturas sean similares en el centro y la periferia.
Una forma de mejorar el clima es haciendo el entorno más verde. “Podemos intentar, como ciudadanos comunes, crear jardines en las azoteas y poner macetas en nuestros balcones. También ayudaría pintar las superficies de colores claros”, finalizó Luyando López.
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