En un importante trabajo dentro de la teoría de la evolución, investigadores del Laboratorio de Ecología de la Conducta en Artrópodos del Instituto de Ecología (IE) de la UNAM, estudiaron la supervivencia de una especie de libélula.
De acuerdo con la hipótesis de la desventaja en la inmunocompetencia, propuesta en 1992 por Ivar Folstad y Andrew J. Karter para vertebrados, las hormonas, en particular la testosterona, aumentan la expresión de características sexuales, pero deterioran el sistema inmune. “La testosterona sería un mediador en la asignación de recursos -por ejemplo, aminoácidos- a las funciones reproductiva e inmunológica, indicó Daniel González Tokman, de la entidad universitaria.
Esto tiene que ver con la escasez de recursos en la naturaleza. En general, en condiciones naturales, un animal está escaso de alimento, y si lo consigue, debe emplearlo en las funciones del organismo, en especial reproducción y supervivencia, indicó.
En todas las especies hay individuos mejor capacitados que otros para obtener recursos, por tanto, harán despliegues sexuales. Un buen macho es el que con altos niveles hormonales, que le permiten reproducirse, puede lidiar con la desventaja inmunológica causada por este desequilibrio hormonal.
Para las hembras, estos ejemplares resultan atractivos porque pueden ser buenos proveedores, y les conviene aparearse con ellos para que su descendencia herede la capacidad de obtener recursos.
En comunicado de prensa, el especialista comentó que “esta teoría no ha sido muy explorada en insectos, justamente porque los mecanismos hormonales que influyen en sus actividades son mucho menos conocidos que en los vertebrados, pero también porque aquéllos no tienen testosterona, parte fundamental de la teoría”.
Ello no significa que no se les aplique, pues los insectos tienen hormonas con funciones similares a las de la testosterona; una de ellas, conocida como hormona juvenil, incrementa la expresión de sus rasgos sexuales en ciertas etapas de la vida.
“Si la hormona juvenil es la que media en la asignación de recursos, tanto a la reproducción como a la inmunidad, queríamos ver si al incrementarla aumenta de verdad el atractivo sexual de un macho y, al mismo tiempo, deteriora su sistema inmune”, abundó González Tokman.
En un experimento sobre esa hipótesis, con machos de libélula Hetaerina capturados en Morelos, se probaron dos tratamientos: aplicación de metopreno, un análogo de la hormona juvenil, y una infección con la bacteria Serratia marcescens.
“Fue un estudio complicado porque trabajamos con alrededor de 450 ejemplares, divididos en nueve grupos experimentales; algunos sólo recibieron el suplemento hormonal o la infección bacteriana, otros una combinación de ambas, y unos más fueron utilizados como controles”, apuntó.
Aunque se prueba una hipótesis que implica que a mayor actividad sexual menor respuesta inmune, los investigadores no midieron ni la una, ni la otra, sino una de sus consecuencias: la supervivencia de los animales manipulados.
“Suponíamos que uno infectado moriría rápidamente, sobre todo si su condición física está deteriorada. Encontramos que en los que se aplicó el análogo de la hormona juvenil, más la infección bacteriana, lasupervivencia se vio comprometida; pero si sólo recibieron el metopreno, o sólo la infección,sobrevivieron igual que los que no fueron manipulados”.
El experimento se hizo tanto en condiciones naturales, como controladas en laboratorio, en las que los animales no están expuestos a patógenos, a las hembras, ni a conductas agresivas con otros machos. “Incluso su alimentación estuvo controlada”.
Los resultados fueron contrastantes. “Suponemos que la diferencia se debe a la actividad de los animales en la naturaleza y la inactividad en el laboratorio”, apuntó el investigador.
En condiciones controladas se les impide el contacto con la naturaleza y toda actividad sexual. “Al controlar esta última, no mueren por la bacteria, por la hormona, ni por su combinación”.
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