Una vez más quedó demostrado que nada de lo que construya el humano será suficiente para contener la furia de la Naturaleza. Japón, el país mejor preparado del mundo en materia de sismos, lució extremadamente frágil frente al terremoto de 8.9 grados Richter y un maremoto que levantó olas de 7 y 10 metros de altura, en la zona noreste del país oriental.
Unas horas posteriores al movimiento telúrico, que tuvo una duración de 2 minutos y 11 segundos y después el maremoto, originados en el noreste de Japón, provocaron grandes destrozos y unos 88 mil desparecidos, mientras que los muertos se contaban por cientos y se esperaba que la cifra final aumentara notablemente.
El gobierno nipón puso un alerta máxima nuclear y de crisis eléctrica, toda vez que habían parado algunas de sus 54 centrales nucleoeléctricas.
Nada más en Tokio y su zona metropolitana fueron reportados 4 millones de edificios afectados en diversos grados.
La sacudida puso en alerta a todo el mundo, en especial los países ribereños del Pacífico pues el tsunami se esperaba alcanzara a las naciones de América y a todas las islas situadas en este océano.
De inmediato, el gobierno nipón solicitó el apoyo internacional, cuya respuesta fue positiva, incluyendo México.
Todos los gobiernos de América con costas hacia el Pacífico activaron sus respectivos programas de protección civil y se mantuvieron en espera de enfrentar cualquier contingencia, derivada de esos dos fenómenos naturales.
En Japón, simultáneamente a la revisión de daños, se tendieron medidas precautorias para evitar que el daño fuera mayor de lo que, en sí, ya lo había sido.
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