Comienzo con el relato de una experiencia personal. Hace algunos años, sufrí un intenso dolor abdominal. Eran las cuatro de la tarde, aproximadamente. Gastritis, supuse. Pretendí solucionarlo con un analgésico. De los anunciados a través de diversos medios. Principalmente televisión.Pasadas las horas, no más de cinco, aumentó la intensidad del dolor. De nueva cuenta, analgésico. A las doce de la noche no hubo más remedio: al hospital. Llegué al Adolfo López Mateos, del ISSSTE, en el cual fui atendido en forma excelente por un equipo médico encabezado por la doctora Gloria García Samper. El diagnóstico: pancreatitis. No se me pudieron aplicar más analgésicos para aliviar un dolor en aumento. La toma del medicamento autorecetado complicó las cosas.
Reconozcamos, así como todos los aficionados al beisbol son “managers” y saben qué jugada mandar, también todos somos médicos cuando nos aqueja algún problema de salud. Sabemos a qué medicamento acudir.
El remedio en nuestra historia personal, familiar, en la de los amigos, ha dado resultado. Si hoy tengo tales molestias, seguro es… y eso lo resuelvo con… Más aún, “el conocimiento farmacológico” ha aumentado, como dije, por los medios. Sobre todo la pantalla chica me ha enseñado que si hay un problema como el del primo del tío de un compañero, se soluciona con tal cosa. Si no se le aplica a la aparición de los primeros síntomas se corre el riesgo de ir a dar al quirófano.
¿Al quirófano? En estos tiempos de crisis quién tiene cómo enfrentar los gastos de una intervención quirúrgica. Cincuenta millones de pobres, dentro de ellos treinta en condición de miseria, carecen de lo indispensable para vivir, de dinero suficiente para acudir al médico, comprar medicinas y, en caso extremo, ser hospitalizado y atendido en cirugía. Las instituciones de seguridad social y de asistencia no son suficientes para atender una población de salud cada vez más precaria, y en crecimiento. IMSS, ISSSTE, las instituciones de las entidades federativas, no cuentan con los recursos necesarios para una atención cabal a su población derechohabiente. El seguro popular no deja de ser una entelequia, un buen propósito aún no cumplido.
Así, ante la presunción de enfermedad, no quedaba más que acudir a la farmacia y comprar un medicamento supuestamente eficaz. ¿Fórmula? ¿Dosis? ¿Duración del tratamiento? ¿Contraindicaciones? ¿Recurrencia? A saber. Si lo que se padecía era un fuerte dolor estomacal y con tres tomas, con espaciamiento de ocho o cuatro o seis horas desapareció, se acabó. Si la enfermedad era de origen viral o bacterial qué importaba. Si los microorganismos se hicieron resistentes qué más da. Si es contagiosa o tiene secuelas de consecuencias más severas, ya se verá. Se trata de superar el dolor.
La reglamentación que prohíbe la venta indiscriminada de antibióticos, como lo ha sido para otros fármacos, es necesaria a fin de evitar males mayores. Para dejar atrás problemas de salud pública. Sin embargo, hay una realidad insoslayable en nuestro México bicentenario: más del cincuenta por ciento de la población vive en condiciones de pobreza y una buena parte de ella apenas sobrevive. Se trata de gente que difícilmente tiene para comer y, por supuesto, más difícil le es solventar gastos de atención médica.
La prohibición de venta de antibióticos, como las restricciones obligadas para otros medicamentos, es necesaria. Pero al mismo tiempo el estado debe resolver la cuestión de una prestación de servicios de salud, con cobertura universal.
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