Abril pasado fue el mes más caliente de los que se tiene registro desde 1880, con un aumento de 1.1 grados centígrados con respecto al promedio calculado entre 1951 y 1980 en México. Además, 2015 fue el año más caluroso, y 2016 podría romper ese récord nacional, afirmó Carlos Gay, coordinador del Programa de Investigación en Cambio Climático (PINCC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Expuso que los primeros cuatro meses de este año han batido récord como los más calientes. Igualmente lo fueron octubre, noviembre y diciembre pasados, en comparación con los mismos meses de años anteriores. Es decir, llevamos siete consecutivos que han roto sus respectivas marcas.
A ello se suman datos de la NASA, que demuestran que el planeta encadena ya 369 meses consecutivos más calientes que el promedio de 1951-1980. No hay duda del calentamiento global. “El clima está cambiando”, sentenció el científico.
No obstante, ese fenómeno no es “parejo”; es decir, no ha ocurrido de la misma manera en todos los lugares del planeta. En latitudes muy altas, como Alaska, Rusia o Groenlandia, y otras, como el norte de África, sufrieron el pasado abril temperaturas de hasta cuatro grados por encima de la media.
Gran parte de Asia, Europa del Este, Australia, Brasil, el noroeste de Estados Unidos y el oeste de Canadá sumaron dos grados por encima del promedio. Por ello, los impactos son diferentes.
El calentamiento global puede significar más ondas de calor o pérdida de cosechas, y en los sitios más afectados se estresará la administración del agua y de los alimentos, además de que se podrían registrar daños a la salud. En México, ubicado en la franja entre trópicos, “nos va a ir mal prácticamente todo el tiempo”. Vivir con dos grados promedio más, significa una barbaridad, calificó.
A eso se aúna que la brecha en la adaptación al cambio climático crece más: para las naciones en vías de desarrollo, subtropicales, el costo será mayor. Nuestro país, por ejemplo, es responsable de entre 1.4 y 1.5 de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y se verá muy afectado, pero algunas islas del Pacífico, con cero emisiones, ya están desapareciendo por el aumento del nivel del mar provocado por el calentamiento global.
La pobreza, resaltó el universitario, es un factor importante de vulnerabilidad en torno al fenómeno: “entre más pobre eres, más te va a afectar. Por ello es necesario reducir los niveles de pobreza extrema, realizar planes de desarrollo e invertir”.
En este momento, acotó Gay, deberíamos invertir recursos para tratar de reducir las emisiones de bióxido de carbono a la atmósfera. En México ya se han tomado medidas, pero se requieren muchas más. “Tenemos por un lado una ley ambiental y una de cambio climático, y por otro, la reforma energética. Que me diga un teórico si van juntas. Se requieren medidas consistentes, que las leyes de un lado apoyen a las del otro”.
Si la política no se adapta a este tipo de fenómenos, el Fondo de Desastres Naturales será rebasado. Más vale prevenir que lamentar, y eso debe ser imperante en la política ambiental mexicana, puntualizó.
Hay que prever en lugar de actuar como si diéramos palos de ciego, como ocurre con el “Hoy no circula”, con el que se saca un millón de autos de circulación y no se abaten los niveles de contaminación. Lo que necesitamos son estrategias de largo plazo, abundó.
“El nuestro es un país tercermundista, intelectualmente hablando; debería investigar e invertir en tecnologías limpias, climáticamente amigables, y no esperar a que las inventen los vecinos del norte, los japoneses o los chinos, para importarlas. Pero también debería invertir en medidas de adaptación al cambio climático, y no sólo depender de los recursos de fuentes internacionales”, concluyó.
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