La variante Delta de COVID-19 es la más prevalente y corresponde a 90 por ciento del total de casos en México y, aunque tiene mayor transmisibilidad, esto no se ha traducido en un incremento considerable de letalidad, debido a que al menos 50 por ciento de la población ya se infectó y a que la población afectada es de menor edad que antes, así como a la acción de las vacunas aplicadas, explicó el doctor Rafael Bojalil Parra, profesor del Departamento de Atención a la Salud de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El doctor en Investigación Biomédica Básica (Inmunología) aseguró que prácticamente el aumento de casos en la llamada tercera ola de contagios se explica por esta variante viral, cuya principal característica es que es más infecciosa, es decir, “si a la original asignamos uno como carga viral, ésta tiene mil 200”, por tanto, el enfermo tiene muchos más virus circulando en el cuerpo.
Otro rasgo significativo es que tiene un periodo de incubación más corto, pues en el caso de la variante original los síntomas aparecían entre el día cinco y seis en la mayoría de individuos, mientras que con la Delta se reduce a tres o cuatro días, lo que se explica porque el patógeno se replica mucho más aceleradamente y “tenemos más virus rápido en circulación que alcanza picos mucho más altos”.
Esto hace que el tiempo durante el cual alguien es más contagioso también se amplíe y, por tanto, la posibilidad de empezar a afectar a otros comienza dos o tres días antes, que con la variante original y con frecuencia dura más, así que la principal característica de la Delta es que se replica mucho más rápido y hay una carga viral más fuerte y contagiosa.
El virus SARS-CoV-2 genera síntomas distintos y si en un principio se creía que era un padecimiento de las vías respiratorias, luego se supo que también involucraba el recubrimiento de los vasos sanguíneos o endotelio y esto provoca coagulación intravascular y la posibilidad de dañar muchos otros órganos.
Las manifestaciones, por lo tanto, cambian, no sólo por las variantes presentes, sino por la edad a la que surgen las distintas versiones de la enfermedad, por lo que es necesario considerar hacerse una prueba, no sólo cuando haya tos o fiebre, sino cuando se presenten males gastrointestinales, vómito, diarrea, dolor de cabeza, de garganta, estómago y articulaciones, pérdida del sentido del olfato e incluso trastornos en la piel, además de que puede manifestarse únicamente como cansancio o sueño, “de manera que debemos estar pendientes siempre de estos indicios”.
Hasta ahora no se sabe qué tanto cambia la eficacia de muchas vacunas contra el COVID-19, sin embargo, existe información sobre Pfizer y AstraZéneca; ésta cae en el primer caso de 94 por ciento reportado frente a la Alfa, a 88 por ciento frente a la Delta, mientras que la segunda disminuye de 75 por ciento de eficacia contra la Alfa, al 67 por ciento contra la variante Delta.
Al momento no hay datos sobre otras inoculaciones que se aplican en México, entre ellas Sputnik V, CanSino y Sinovac; “quizá también baje su eficacia, pero no sabemos a cuánto, aun así, 67 por ciento de efectividad es mucho mejor que nada, pues todas protegen, no sabemos qué tanto menos, pero todas salvaguardan contra la variante Delta”, subrayó el docente del Departamento de Atención a la Salud de la Unidad Xochimilco de la UAM.
Hoy por hoy, la mayoría de infectados es menor de 55 años, lo que por una parte tiene su explicación en el avance en la vacunación en los adultos mayores y, por otra, en que aquellos muy susceptibles al virus ya enfermaron y algunos, lamentablemente, fallecieron, de tal manera que hay un viraje en términos de la población a la que está aquejando Delta, que también es la que tiene mayor movilidad y, por lo tanto, mayor riesgo de infección.
Lo anterior constata la efectividad de las vacunas y además “podemos ver que la gran mayoría de las personas internadas, independientemente de su edad, no está inmunizada, de tal manera que los biológicos protegerán mucho o poco, pero evitan la enfermedad grave”, lo que invita a hacer un llamado a los jóvenes para que se vacunen ahora que tienen la oportunidad”, porque si bien es cierto que son menos susceptibles a un padecimiento grave, esto no implica que no habrá casos graves o muertes.
En términos de la protección general de la sociedad, “mientras más sujetos estén inoculados, más probable es que podamos regresar a nuestras actividades cotidianas; si nos retrasamos más o si hay una proporción considerable de no vacunados vamos a tener efectos muy negativos sobre el control de la pandemia”, advirtió.
El doctor Bojalil Parra expuso que la letalidad por la enfermedad ha disminuido, pero ¿qué tanto es real o una impresión, debido al número de diagnósticos? Eso está por saberse, porque estudios muy serios actuariales y matemáticos indican que quizás ya se infectó en el país alrededor de 50 por ciento de la gente durante alguna de las olas y hay datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía que refieren que la mortalidad no está en 237 mil, sino que ronda los 500 mil.
El hecho de que haya habido una letalidad –relación entre muertes con diagnóstico de COVID-19 contra casos con diagnóstico– de alrededor de diez por ciento indica que “tenemos un subdiagnóstico”, porque en el resto del mundo donde se hacen pruebas a mucha gente, está es de alrededor de 1.5 por ciento.
Esto significa dos cosas: “o en el país no sabemos manejarlo y la gente está llegando muy tarde al hospital o estamos subdiagnosticando la cantidad de pacientes enfermos; entonces, si la letalidad con la variante Delta se ha reportado mucho menor a la de las otras dos olas de contagios debemos esperar otras dos semanas para ver si esto es real, porque el crecimiento ha sido tan rápido que probablemente tengamos un retraso en el registro de muertes por COVID-19”.
Al principio la estrategia de vacunación fue muy clara, al decidir inocular en primera instancia al personal de salud “y eso es lo que se tenía qué hacer”, pero luego se empezó a desvirtuar, por ejemplo, al excluir a personal de salud de instituciones privadas o al iniciar con poblaciones aisladas y de pocos contagios.
De acuerdo con el investigador era necesario comenzar en los lugares con mayor incidencia de casos, por lo tanto, hubo una mezcla de criterios técnicos y políticos y “creo que ahí ha estado la principal falla de la estrategia” nacional de vacunación.
El Semáforo Epidemiológico ha tenido siempre que ver con la ocupación hospitalaria y el número de casos reportados cada determinado tiempo, pero en realidad “somos de los pocos países que no han invertido en darle seguimiento a los contactos y eso es muy relevante”.
El cambio en la semaforización da distinto peso a ciertos parámetros, aunque sigue siendo más o menos lo mismo, porque no hay seguimiento de casos y “mientras no tengamos estos datos, será muy difícil saber qué nos dice un Semáforo”.
El académico reconoció la necesidad de reanudar las actividades económicas y educativas, aun cuando “es absurdo que se abran bares, pero no escuelas”, cuando “debiera ser lo último que cierre y lo primero que abra, porque la falta de educación en nuestra población, sobre todo de los más pequeños, puede traer consecuencias a muy largo plazo sobre el desarrollo del país”.
El regreso a las actividades educativas debe establecerse “con claridad respecto de qué vamos a hacer y cuáles son las condiciones para abrir, ya que no pueden tomarse decisiones de ese tamaño por una indicación política y decir en agosto regresan todos, sino que se debe contar con un plan que tenga variantes nacionales, regionales y locales, lo que requiere de inversiones gubernamentales grandes para mantener las escuelas en condiciones óptimas”.
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