El Síndrome de burnout, del quemado o de quemarse por el trabajo, desgaste profesional o agotamiento ocupacional, son algunos nombres que recibe el padecimiento que sufren ciertas personas por experimentar altos niveles de estrés en un medio ambiente laboral que hoy es muy común en los mexicanos.
En años recientes, el síndrome ha recibido una amplia atención, sobre todo en variables como satisfacción en el trabajo, relaciones interpersonales, personalidad, así como la capacidad de enfrentar dificultades cuando hay problemas. En concreto, el síndrome se ha reconocido como un fenómeno significativo de la era moderna.
A la fecha se trata de un síndrome no reconocido en clasificaciones psicopatológicas internacionales, como el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) de la American Psychiatric Association, aunque ha sido objeto de múltiples estudios e investigaciones y presenta todas las características de un síndrome.
Según lo demuestra el estudio Escala mexicana de desgaste ocupacional (Emedo), realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a más de 500 profesionistas —bajo la coordinación del doctor Jesús Felipe Uribe Prado, doctor en psicología por la Facultad de Psicología de la UNAM y miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI)—, individuos entre 25 y 40 años son quienes más padecen el síndrome del burnout; 100 por ciento de los encuestados presentó algún grado de estrés, mientras que 60 por ciento manifestó tener niveles altos de este, así como daños físicos.
Por su parte, cifras de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) indican que México ocupa el primer lugar en estrés laboral a nivel mundial, con jornadas de trabajo excesivas y menos días de vacaciones al año que otros países: 500 horas más que el promedio en Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Chile y Canadá.
El síndrome puede detectarse por estrés, cansancio físico y mental crónico, actitud fría y despersonalizada en la relación con los demás, deshumanización, cinismo y sentimientos de inadecuación a las tareas que se han de desarrollar fue identificado inicialmente en personas que desempeñan trabajo de atención al público, como médicos, enfermeros, docentes, policías, asistentes sociales, psiquiatras, psicólogos, etcétera; sin embargo, en la actualidad, el fenómeno ha evolucionado y da cabida a otras profesiones que están expuestas a los factores que lo desencadenan.
Por su parte, Ignacio Alejandro Mendoza Martínez, doctor en ciencias administrativas por la Universidad Autónoma de Tlaxcala (UAT), dijo que el término síndrome de burnout es un constructo teórico que acuñó el psicólogo estadounidense Herbert J. Freudenberger, en 1974, para referirse a un alto nivel de estrés en el que se experimenta desgaste y sentirse quemado por el trabajo. “A una persona quemada no la puedes ni tocar, está mal, enferma”, ejemplificó el investigador.
Diversos estudios han identificado síntomas en tres ámbitos: físicos, conductuales y emocionales. Los síntomas físicos suelen ser los primeros en aparecer, incluyen alteraciones cardiovasculares como hipertensión o enfermedad coronaria, fatiga crónica, cefaleas, alteraciones gastrointestinales como úlcera duodenal o colon irritable, mialgias, asma, insomnio, disfunciones sexuales, dismenorrea, etcétera.
Las alteraciones conductuales pueden manifestarse a través de desórdenes alimenticios, abuso de drogas, fármacos y alcohol, conducción temeraria, tabaquismo, entre otras. Las alteraciones emocionales se presentan como irritabilidad, ansiedad, depresión, baja autoestima, desmotivación, dificultades de concentración, distanciamiento emocional, frustración, etcétera.
Por ello, se indicó que es esencial concienciar a directivos de empresas de que el síndrome de burnout no solo afecta al trabajador sino a la organización completa: clima organizacional, atención y servicio, cliente y, por último, la productividad.
Como posibles soluciones básicas para combatir el síndrome del burnout, desde el enfoque personal, el investigador se enfatizó en la importancia de llevar una vida saludable con prácticas como ejercicio, alimentación balanceada, descanso, asesoría de un terapeuta psicológico o, en su defecto, meditación u otras técnicas de relajación.
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